Capitulo 2

Siendo aún presa del asombro, la ojizaul se dirigió a su puesto de trabajo rebosante de felicidad. Al llegar notó como un par de compañeras se dirigían a tomar su hora de almuerzo. En ese instante su estómago protestó, y contempló la idea de ir por algo de comer aunque esta fue descartada rápidamente.

Era el momento perfecto para trabajar en su investigación sin ningún tipo de interrupciones ahora que se quedaría completamente sola. Quedaba poco tiempo para prepararse antes de su encuentro con Hannover y al menos debía hacerse la idea de quién era él, así que la única opción era sacrificar su estómago al menos durante unas cuantas horas más.

Ian Gabriel Hannover, había nacido en Gales en el seno de una familia importante. El primogénito de Robert Hannover no solo era conocido por su apellido y riqueza, según los medios, Hannover contaba con una inteligencia prodigiosa y sus incontables logros académicos eran la prueba de ello. Estudiado en Cambridge, graduado con honores en la escuela de medicina de Harvard, y un doctorado en cirugía cardiotorácica.

Navegando en la web se dio cuenta que no había mucha información que le fuera de utilidad. Los resultados preliminares de la búsqueda fueron bastante vagos y superficiales. Internet estaba infestado de noticias amarillistas, y cuando se trataba de alguien de apellido Hannover, los medios de comunicación parecían enfocar toda su atención en conjeturas sin fundamentos.

Aunque gracias a estas pudo ver que se trataba de un hombre bastante joven, que por su apariencia física fácilmente podría desempeñarse como modelo de revista si este así lo quisiera. Unas terribles ganas de maldecir ardieron en su garganta

— ¡No puede ser! — exclamó frustrada.

— ¿Problemas? — la rubia dio un respingo por la impresión, sujetando su pecho con ambas manos tras el susto— Lo siento, no quería asustarte.

—No te preocupes — dijo con un hilo de voz— ¿te puedo ayudar en algo?

Finneas rió

— En realidad creo que es al revés

Su vecino de cubículo estaba frente a ella con una sonrisa afable, Angie se pregunto si quizás él la habría escuchado maldecir.

— Ahora que la noticia de tu entrevista es oficial, vengo a ofrecer mi apoyo. Un par de manos extras siempre son de suma utilidad.

La rubia frunció el entrecejo en gesto de confusión, Finneas nunca antes le había dirigido la palabra. En un par de ocasiones lo atrapó mirándola a hurtadillas pero nada más que eso. Este estiró los labios esbozando una sonrisa tímida mientras metía las manos en los bolsillos.

Él dio un paso hacia adelante para mirarla con más atención, y ella contuvo la respiración apretando una de sus muñecas, el castaño retrocedió instintivamente ¡Joder! La estaba asustando.

—Soy inofensivo, lo juro. — farfulló al ver su reacción. Acto seguido estiró la mano como gesto de presentación—empecemos de cero ¿te parece? Hola, soy Finneas O'connor, pero puedes llamarme Finn... si quieres. — Sonrió— y te prometo que solo quiero ayudar.

Ella dudó un segundo en aceptar el gesto de amabilidad cuando finalmente concluyó en que no tenía la experiencia suficiente para hacerse cargo de todo sola.

—Angie... Angie Ross. — Respondió tomando su mano— y bien, para ser honesta si necesito algo de ayuda con todo esto.

—Entonces... no se diga más y pongamos manos a la obra.

Con el transcurrir de las horas, la tarde se desvaneció y las sombras cayeron como un velo sobre la ciudad, consumida por la pantalla de un ordenador y el trabajo que parecía no querer detenerse jamás, Angie perdió la noción del tiempo entre reportes, revisiones y las distintas tareas que le habían asignado en el transcurso de la tarde.

Todo su deseo de ser relevante la golpeo sorpresivamente con mucha intensidad. Su amigo y compañero jugó un papel importante en su éxito el día ya que no se había separado ni un instante de su lado, aun cuando la jornada laboral había terminado tres horas atrás y casi todos se habían marchado, él permaneció junto a ella.

Finneas resultó ser agradable, y colaborador, era respetuoso y tenía una mirada cálida. Para sorpresa de Angie, estar cerca de él era fácil y cómodo. Era atractivo y unos cuantos centímetros más alto que ella. Tenía el cabello corto y oscuro con un pequeño flequillo cayendo sobre su frente, un rostro bonito y bien marcado y por si fuera poco, en sus escuetas interacciones supo que al parecer le gustaban las novelas policiales tanto como a ella.

—Así que John Katzenbach ¿eh? Te gustan los policías.

—En definitiva, es uno de los mejores en el género. — Contestó con firmeza. — me resulta fascinante.

— Ya lo creo que sí — él la miró concentrado, como quien intenta resolver una ecuación matemática.

— Nunca pensé que chicas como tú leyeran este tipo de cosas.

— ¿Chicas como yo?— inquirió ofendida mientras tomaba su abrigo — ¿Cómo son las "chicas como yo"?

— Pues... las bonitas.

Angie boqueó una respuesta sin conseguir tener éxito. La piel de sus mejillas se calentó y la sonrisa de Finn le confirmaba lo que tanto temía... se había ruborizado. En ese momento, la vibración del móvil en el bolsillo de sus jeans irrumpió el extraño momento para arrastrarla de vuelta a la realidad.

— ¿Estás molesta? Angie estaba bromeando, yo no quería ser tan directo... no era mi intención ofenderte.

— Tengo que irme.

El camino de regreso a casa fue largo y confuso. Los acontecimientos del día se repetían como un bucle dentro de su cabeza una y otra vez. Mientras cruzaba el ascensor rumbo a su departamento, la joven se debatía internamente sobre si todo lo bueno que le estaba sucediendo era el efecto de un golpe de gracia que había recibido o el fruto de su esfuerzo.

Una vez abierta la puerta de su hogar, el oxigeno quedó atascado en sus pulmones. Detuvo su andar quedando estática a mitad del umbral. Una mujer en medio del comedor sostenía su libro favorito. Mientras sus índigos viajaban con rapidez sobre la anatomía de aquella mujer, la respiración de Angie comenzó a fallar.

— Querida mía ¿Acaso no te alegras de verme?

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