La junta directiva aprobó la propuesta: Victoria sería la vicepresidenta, mientras que Andrés asumiría el cargo más alto de la empresa.
La decisión fue un trago amargo. Victoria estaba profundamente molesta. Andrés, como siempre, la había menospreciado, la había hecho sentir como si no valiera nada, y lo peor era que no lo ocultaba: se encargaba de gritarlo a los cuatro vientos. Ahora le había arrebatado la presidencia que su padre le había asignado, dejándola con un cargo menor, una sombra del puesto que merecía.
No pensaba quedarse en la empresa solo para que él continuara humillándola. No lo permitiría. Aunque su padre se disgustara, renunciaría. Dejaría todo botado y se marcharía. Era mejor eso que soportar la constante humillación.
Aprovechó un momento de distracción en la sala, cuando varios ejecutivos hablaban por teléfono, y se dirigió a su oficina. Allí la esperaba su equipo de trabajo, que aún celebraba la noticia de que Victoria sería la nueva presidenta. Pero al verla entr