«¡NO!». Tardo un rato en darme cuenta de que soy yo quien grita y corre hacia ella. La agarro antes de que caiga.
«Sab, Sab, quédate conmigo, por favor», le grito, llorando desconsoladamente. No puedo perderla, y mucho menos así. No puede morir por mi culpa, otra vez no, por favor, Señor, te lo suplico.
«Aléjate de mí», grazna, sacudiéndose mis manos. Las lágrimas caen de mis ojos.
Incluso en un estado como este, todavía no podía soportar verme. Dejar que la tocara le dolía mucho.
«¿Qué vamos a hacer?», pregunto, sin poder ver apenas a través de mis lágrimas.
«Sujétale el cuello y presiona», dice la chica de la electricidad desde atrás.
Rápidamente me acerco a ella y le pongo las dos manos en el cuello. Aplico presión, pero la hemorragia no se detiene.
«Va a morir», grito con dolor. Mi corazón se encoge de dolor. No, no, no, no puedo perderla.
«La mataré, mataré a esa zorra», grito con dolor. Juro que la destrozaré miembro a miembro. Debería haberlo sabido, es una serpiente ment