Al llegar la mañana, Damián se levantó temprano y salió a preparar algo para desayunar, tenía los boletos de avión para la tarde y aún no se lo había dicho a Helena.
—Buenos días —le saludó al oírla andar por la sala.
—Buenos días —respondió sin emoción alguna.
—Ven a desayunar —le dijo poniendo el plato con pollo asado frente a ella, sirvió también una taza de café que le ofreció. Se acercó y se sentó frente a él en silencio —el vuelo sale a las cinco, hay que estar a tiempo, ya lo sabes.
—¿Perdón? —habló sin entender sus palabras.
—Que te apures a comer porque tenemos que irnos.
—Damián, ya te dije que tengo cosas que hacer, tú no puedes venir aquí como si nada y pretender gobernar mi vida, no quiero volver.
—Si tengo que llevarte a rastras, lo haré, pero tú vuelves conmigo, eso no debes dudarlo, nena.
Tal como Damián lo anunció, esa tarde volaron de regreso a México y a la mañana siguiente estaban en la Hacienda otra vez.
—Hermana —le saludó Benjamín con un efusivo abrazo al verla