La Esposa Rechazada del Millonario
La Esposa Rechazada del Millonario
Por: F. L. Diaz
1. Ciega de amor

Una mujer puede dejarse pisotear una vez por amor, pero no habrá segunda ocasión, aprenderá de su lección y cuando renazca del daño que le hiciste, deberás tener cuidado...

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Beth despertó temprano en la mañana envuelta en una nube de felicidad.

Hoy era el día más esperado de su vida.

Por fin se casaría con el hombre del cual estaba enamorada desde hace tantos años. Y mejor aún, trabajaría como su secretaria, así que juntos serían una mancuerna de los negocios.

—Nana, ¿me preparas el baño?

Su nana entró apenas escucho su voz apareció en la habitación, todos en la casa sabían que ya era el día de su matrimonio.

Aunque su familia deseaba que ella se fuera de una vez por todas de sus vidas, algunos sirvientes le tenían cariño.

—Ya te lo preparo señorita.

Beth sonrió mirando su mano.

La sortija en su dedo brillaba como nunca, era redondo y grande, de color azul cielo con un intrincado de serpiente alrededor, el emblema de la familia Blake, imponiéndose sobre ella.

Pronto el lugar comenzó a oler a rosas, el vapor salía del baño como nubes esponjosas.

Fue directamente al jacuzzi, se metió y suspiró de placer porque estaba caliente, perfumada.

—¿Ya está listo mi vestido de novia? —preguntó con los ojos cerrados a su nana.

—Sí, está en su armario listo para usarse.

Disfrutó un ratito más el poder revitalizante del baño, dándose tiempo a pensar en su futuro, sin extrañar para nada la vida que llevaba hasta el momento.

No tardó más que unos minutos en salir del agua para secarse e ir en busca de su vestido de princesa, era el más bonito que se había visto en la ciudad de Norvill, el único en su clase.

Valía una fortuna, fue un especial regalo de su prometido.

Dominik Blake.

Estaba totalmente enamorada de él.

Lo amaba desde que eran unos críos, creció a su lado, dejo de ser una niña para ser una mujer y ahora sería su esposa.

Su sueño se estaba haciendo realidad...

—Aquí, señorita. La voy a arreglar ahora mismo.

Dejo que su nana se hiciera cargo de todo, haciendo oídos sordos del sonido de abajo, su familia parecía estar celebrando algo y ser felices, ya que su hermana estaba embarazada y sería su primer nieto, el nieto de su hija favorita.

No se permitió ponerse triste, pronto sería feliz al lado de su futuro esposo.

Beth, al ser enfermiza y débil, jamás podría tener hijos, darles nietos que seguirían con la empresa familiar, ni el de su esposo.

Por ende, jamás tendría tanto poder como su hermana, la cual estaba casada con un duque de Inglaterra.

Pero tendría a su esposo y eso le bastaba, su gran amor y ella serían una familia completa, quizás a futuro podrían adoptar.

—Has quedado hermosa mi muchacha, ¿estás lista? La limosina espera abajo por ti —comentó Marta, su nana.

Beth se dió un vistazo al espejo, y quedó sorprendida por lo hermosa que se veía.

Su cabello cobrizo le caía como una cascada en su espalda, el velo cubría elegantemente su rostro, y el escote recatado dejaba ver sus bonitas clavículas.

El lunar rojo en su frente era lo único que desentonaba con todo aquello.

Pero nada de eso importaba.

Su prometido estaría encantado, él la amaría.

Después de todo, ella había estado con él toda su vida, ¿cómo no iba a amarla así tal cual?

—Estoy lista, vámonos.

De modo que bajaron las escaleras despacio, el vestido era de color rosa palo, tan bajito el tono que casi no se distinguía entre ambos colores, blanco o rosa.

El encaje del velo tenía flores rosas y blancas, combinaba con el diseño del vestido.

Abajo su familia ni siquiera sé detuvieron a desearle suerte o felicitarla, todos hicieron como si ella no existiera.

Excepto el patriarca, claro. Su padre Leo Grey, quien la miró con profundo desprecio.

—¿Así que ya te vas? Por fin. No puedes traer gloria a esta casa, será mejor que no vuelvas nunca. No olvides mandar los cheques mensuales por correo porque tu hermana planea construir una mansión cerca de nosotros —espetó—. Ahora lárgate rápido.

Ella asintió sin decir nada, y se dirigió a la limosina.

Tosió un poco al sentir el aire fresco, pero sonrió de todos modos.

Pronto, ya no se sentiría miserable. Estaría al lado de su esposo y nunca nada le haría falta.

No fue educada como sus hermanas que asistieron a universidades de prestigio, pero termino el bachillerato en una escuela pública, con unos familiares del campo, y le encantaba escribir o dibujar.

No tardaron en llegar a la iglesia, los invitados ya estaban adentro esperándola.

Comenzó a ponerse nerviosa, le daba miedo hacer algo malo, pero respiró profundo y camino a la entrada de la iglesia.

Sus suegros, Thomas y Elena estaban ahí, el hombre le sonrió pero su suegra no, ni la miró siquiera.

—Bethy, querida, has llegado justo a tiempo —saludó él.

Ella les dedico una débil sonrisa.

—Ya que mi padre no ha venido, espero usted pueda llevarme al altar, de ahora en adelante seremos familia —pidió Beth con timidez.

Elena, su suegra, bufó.

—Solamente porque los abuelos así lo decidieron, que si por nosotros fuera tú jamás serías parte de nosotros —espetó con ira.

Thomas la miró con desaprobación.

—Hoy no, Elena. Es la boda de nuestro hijo y debemos estar felices por ellos —la reprendió.

Seguido de esto ofreció su brazo a Beth, quien estaba incómoda por el altercado.

Lo último que deseaba era que tuvieran problemas por su culpa.

—Mejor entremos, Dominik debe estar ansioso ya —murmuró, no pudiendo soportar más la distancia que los separaba. Deseaba ser su esposa lo más pronto posible.

La música sonó cuando comenzaron a entrar a la iglesia, los invitados se volvieron y sonrieron a Beth, quien irradiaba felicidad por los poros.

—Te entrego a Beth, cuídala hijo.

—Así será —respondió Dominik.

Pronto estuvieron frente al cura que los casaba, dando sus votos y mirándose como dos amantes ansiosos... O eso es lo que Beth quería creer al menos.

Cuando escuchó las palabras más maravillosas de su vida: «Los declaro marido y mujer», unas lágrimas cayeron por su mejilla.

—Puede besar a la novia —dijo el cura.

Dominik la tomó entre sus brazos y la besó como jamás la había besado nadie nunca.

Suspiró de satisfacción al sentir sus labios sobre los suyos y sus brazos apretando su cintura.

Los vítores de sus invitados no se hicieron esperar, así que salieron de la iglesia tomados de la mano como la pareja recién casada que eran.

Se tomaron las fotos y luego subieron a la limosina que los llevaría a la recepción para festejar su boda.

Nada podía arruinar el día tan perfecto que tenía frente a ella.

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Cuando miraba hacia el pasado, podía ver cada vez más las obvias señales.

El día de su boda siempre sería el punto de quiebre.

Beth le sonrió a su prometido cuando el cura los estaba por declarar marido y mujer.

Sus ojos brillaban con la emoción de al fin poderle decir: «Esposo».

Omitió las claras muestras de odio y desagrado en los ojos de él, omitió la forma en que su cuerpo se alejaba de ella cada vez que se acercaba rebosante de emoción.

—Annabeth Grey, ¿aceptas a Dominik Blake como tu esposo? —La pregunta del millón llegó, su momento más deseado.

Ella sonrió y asintió repetidamente, parecía una colegiala.

—Sí, acepto.

—Dominik Blake, ¿tomas a Annabeth Grey como tu esposa?

Silencio.

Beth frunció el ceño cuando los segundos pasaron y de los labios de él no salía ningún sonido.

«Quizás no lo escucho bien», se dijo así misma.

Se aclaró la garganta y empujó el codo de Dom con delicadeza.

—Te ha hecho una pregunta, querido. Puedes contestar.

Omitió por completo la mueca de hartazgo que se figuró en el rostro de él, y también el suspiro resignado que soltó.

—Sí, acepto —pronunció finalmente, entonces todo el lugar estallo en aplausos.

Para Beth todo parecía estar bajo un lente distinto: había felicidad, colores y brillos alrededor del cuadro que miraba.

Desde su perspectiva no había nada malo, ni extraño.

Era como siempre debía ser.

Dominik la sujeto por la cintura y soltó un beso rápido y casto sobre sus labios.

El carmín mancho sus labios, ella intento pasar el dedo para limpiarlo pero Dom sostuvo su mano para evitarlo.

El momento paso tan rápido que no le dedico ni siquiera un segundo para pensarlo, pronto estaban tomándose la foto del recuerdo junto a todos sus invitados, y después tuvo lugar la recepción más bonita a la que había asistido... La suya propia.

Beth Grey se casó estando ciega de amor...

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