29. Un hombre retorcido.
Lorenzo
La observaba sin emoción alguna. Su mera existencia me aburría. Llevaba años encerrada en este manicomio, y aunque había deseado verla muerta desde hace tiempo, me convenía que siguiera con vida: aún no firmaba el maldito testamento.
—¿Cuándo me entregarás todos los bienes de las empresas en Italia? —le pregunté con frialdad.
—No… nunca —musitó apenas con la voz quebrada.
—Eres una mala exesposa.
—Todavía eres mi esposo, maldito. Quieres acabar conmigo y por eso deseas que firme.
No pude contener la carcajada. La tomé del cuello con brusquedad, apretando con fuerza.
—Si no firmas, te mataré. Eres una estúpida. Te dije que si me entregas todo, te dejaré libre. Pero no entiendes nada, Larisa.
Ella me sostuvo la mirada con una fuerza que me desconcertaba.
—Me encerraste aquí para tu conveniencia, pero jamás firmaré. No estoy muerta, y aunque me mates tampoco tendrás mi herencia ni mis empresas todo le pertenece a Diego. Te aprovechaste de lo que dejé, pero el día que yo escape de