RYLAN
Mierda, era adorable. No solo adorable, también increíblemente sexy. Pero había algo en la forma en que me miraba, en cómo su boca parecía siempre a punto de curvarse en una sonrisa, que me hacía querer hablar con ella.
—Hola, Clementine —dije cuando levantó la vista hacia mí, parpadeando como si yo fuera una especie de visión.
Ella miró su placa con su nombre, de donde yo había descubierto su hermoso nombre. Luego volvió a mirarme.
—Hola —dijo—. ¿Puedo… puedo traerte algo? Creo que la cocina está cerrada, pero… —Miró por encima de su hombro hacia la cocina. Estaba nerviosa, y eso la hacía aún más atractiva.
Y ya era despampanante, con un cabello rojo que caía sobre su hombro en rizos ligeros y unos ojos marrones grandes y redondos que me hacían querer perderme en ellos.
—Claro —dije—. Tu número.
Ella parpadeó. —¿Qué?
—Soy un poco directo —dije—. Perdón por eso. Es solo que eres lo más hermoso que he visto en mucho, mucho tiempo. Y no puedo dejar pasar la oportunidad de pasar un