3 Ojos.

Dulce permaneció inmóvil a la orilla de la cama, mientras Pedro insultaba al aire, estaba molesto, mucho más que eso, el latino no lograba comprender la razón por la que Horus estaba viendo de esa forma a su amiga, no lo aceptaba, claro que no, continuo con su monologo, mientras se quitaba el saco, luego la camisa, y las manos de Dulce hormigonaban, no pudo evitar que un suspiro saliera de sus labios al ver que se quitaba el pantalón y ese trasero que tanto le gustaba quedaba cubierto y apretado por el bóxer, lamio sus labios de forma inconsciente, dicen que los niños adquieren ciertos comportamientos de quienes los rodean y Dulce había crecido con seis hombres que en más de una ocasión se comportaban como animales, esos pequeños gestos la delataban, Dulce parecía una leona hambrienta, una que quería devorar a Pedro.

— ¿Puedes responder? — indago el hombre, por lo que se vio obligada a sacudir su cabeza, quizás quitando algún pensamiento pecaminoso y se obligó a ver los ojos color caramelos de su mejor amigo.

— ¿El que? — Pedro paso sus manos por la cabeza y acto seguido se lanzó a la cama, ahogando un grito de frustración contra la almohada.

— Iré por tu pijama. — informo la joven, que solo podía pedirle a Dios, hacerla desistir de lo que su mente le gritaba.

— ¿Por qué estabas con Horus? No lo quiero cerca de ti. — no se veía incomodo ante la mirada de Dulce, o quizás ya se había acostumbrado a que lo viera de esa forma, en especial cuando estaba en traje de baño, que, a decir verdad, eran mucho más pequeño que el bóxer que llevaba en ese momento.

— ¿Me lo prohíbes como un falso novio o como mi mejor amigo? — rebatió al tiempo que le entregaba el pijama.

— Como ambos, Horus es una m****a, Dios Dulce, todo lo que has sufrido es por él. — estaba tan molesto que sin querer y gracias a los movimientos que estaba haciendo con sus manos, la camiseta del pijama cayo hacia atrás, por lo que quiso tomarla, se recostó y giro un poco su torso, grave error, nunca bajes la guardia cuando en frente tienes a un depredador, sin importar que sea tu amigo y lo conozcas desde pequeño, había aprendido esa lección, cuando tenía 12 años y Tina, su cachorro de tigre, que ya no era un cachorro, la quiso atacar, no fue su culpa, un dolor de dientes enloquecería a cualquiera, más a un tigre, para tranquilidad de sus padres, Pedro estaba atento, para desgracia de Tina, tenía su arma cargada y buena puntería.

— ¿Qué haces? — pregunto sorprendido al sentir a la joven colocarse a horcadas sobre su pelvis.

— Estoy aburrida y tu estas enojado. — rebatió con una sonrisa que a Pedro lo inquieto.

— Puedes hacer muchas cosas para divertirte, y mi enoja se acaba de ir. — le tembló la voz, a él, el demonio de Chicago, y todo porque la traviesa princesa movió sus caderas, provocando una deliciosa fricción en ambos. — No. — dijo al reponerse y sujeto con firmeza las caderas de Dulce.

— ¿No? — pregunto aparentando inocencia, como si fuera una niña que no es consciente de lo que hace, pero a la vez se retorció en su lugar, sintiendo como le pene de Pedro comenzaba a despertar.

— Detente. — Dulce no podía creer que la voz de Pedro sonara más ronca aun, se podría decir que realmente era la voz de un demonio.

— ¿Por qué? — indago llevando sus sueves manos al pecho desnudo de su amigo, provocando que los ojos de este se oscurecieran.

— Te dije que no. — insistió el moreno ahora tomando las manos de la joven, porque no podía creer que esas caricias lo estuvieran calentado de esa forma.

— Pero yo quiero jugar. — caprichosa, como una niña, con un cuerpo de infarto que se mecía de un lado al otro, ocasionando que la humedad de la princesa llegara a sus bragas, y que el pene de Pedro la sintiera como lava volcánica.

— Dulce… — advirtió apretando los dientes, pero la joven vio como su resistencia caía, como si fuera una castillo de naipes y fue allí donde ella jugo su última carta.

— Mi demonio. — susurro antes de tomar sus labios, gruesos, cálidos, con gusto a tabaco, con una lengua que se mantuvo estática por unos segundos, hasta que reacciono y no fue lo único, Pedro giro sobre sí mismo, aprisionándola debajo de él, llevando el beso a su ritmo, uno caliente como él mismo, mientras su cadera simulaba dar estocadas, provocando una hermosa sensación en la joven.

Lo había conseguido, tal cual sus padres le habían enseñado, un rey conquista, una reina corona, un De Luca no retrocede, y ella no lo hizo, y ahora frente a ella o, mejor dicho, sobre ella, estaba su victoria, Pedro acariciaba su cuerpo a la vez que se deshacía no solo del vestido, también de la ropa interior de ambos, se podría decir que el latino estaba en medio de un frenesí, que le estaba haciendo perder la cordura y le encantaba claro que sí.

— Pedro.

Susurro recibiendo un ruido gutural de parte del hombre, que estaba devorando sus pechos, su boca chupaba de tal forma el pezón rosado de Dulce que la estaba haciendo temblar, mientras una de sus manos se encargaba de acariciar su vagina, subía y bajaba, repartió roces y presión en los puntos precisos, cuando Dulce comenzó a elevar su cadera y jalar su cabello no se alejó, simplemente fue a su otro pecho, dándole la misma atención que al primero, y aventurando dos dedos empapados en los jugos de la joven en su interior, lo que provocó que gimiera, con fuerza y ganas. Dulce se sentía en el cielo, el mismo paraíso y solo se lo debía a su mejor amigo, uno que acababa de conquistar.

— Dios.

Ronroneo Pedro al colocarse sobre ella, casi la cubrió al completo y aunque ella moría por ver sus ojos, se conformó con verlo tan entregado, su cara reflejaba placer, sus ojos cerrados le concedían un aire tan erótico, como si lo que sentía en ese momento no lo pudiera explicar y lo obligara a cerras su bellos ojos, incluso su voz, que solo ella y sus padres eran los privilegiados de escuchar, ahora no estaba, solo pequeños sonidos de placer y ella se perdía en cada sensación, sin saber muy bien que hacer, era su primera vez y no quería arruinarla, no sabía si decirle que desde hacía un tiempo se había enamorado de él, o simplemente quedar en silencio como Pedro estaba y dejar salir esos pequeños suspiros que estaba liberando aun sin ser consiente.

— Pedro.

Susurro un poco más fuerte al sentir como se deslizaba al fin en ella, no le dolió, no como creyó que seria, o quizás solo era lo excitada que estaba, o por el hecho de estar con quien amaba, porque para ella ya no había duda, lo amaba, era su mejor amigo, su dragón protector, su demonio personal, era todo y ella quería ser todo para él.

Sus cuerpos se ondulaban, uno bajaba y otro subía, sus uñas dejaron en él la prueba de su encuentro, mientras Pedro estaba marcando su alma entera, sintió su cuerpo temblar y como el sudor del latino delataba lo mucho que se estaba conteniendo, Pedro era especial, único, ella lo sabía, su temperamento, su humor y sus necesidades eran un torbellino, uno que a veces lo llevaban a ser demasiado brusco, sin embargo ahora se estaba conteniendo y solo porque estaba con ella, se obligó a ver sus  rostro de satisfacción cuando el líquido caliente comenzó a llenarla, cuando en realidad ella quería cerrar sus ojos para poder disfrutar cada sensación como Pedro lo estaba haciendo, se lo diría, no debía ocultarlo ella lo amaba.

— Yo…

— Te amo Verónica.

Las manos de Dulce que se habían aferrado a la espalda sudorosa del latino cayeron a un lado inertes, como si la hubieran matado y quizás así era, Pedro había arrancado su corazón, lo había destrozado, al tiempo que el moreno abría los ojos y se encontraba con la mirada avellana llena de dolor de Dulce.

— Dulce. — dijo separándose de ella y tratando de recordar cuando fue que su mente lo engaño, como pudo confundir los inexpertos labios de la joven, con los sueves, pero audaces labios de Verónica. — Dios, ¿qué m****a hice? — dio un puñetazo a la pared, mientras Dulce se sentaba en esa cama que solo unos segundos antes le había parecido el mejor lugar del mundo y ahora se sentía como el mismo infierno. — Esto no debía pasar, claro que no, ¡soy un estúpido! — grito encolerizado dando un nuevo golpe, pero esta vez a una viga. — Sabía que la pena de verte tan sola y querer reconfortarte un día me traería problemas.

Y eso fue todo, él ni siquiera la quería como una amiga, era pena, todos esos años juntos, fue por pena, ¿Cómo no se dio cuanta? En qué mundo normal un niño de 12 años jugaría y se relacionaría con una niña de 5.

Un rey conquista, una reina corona, un De Luca no retrocede, pero ella no era un rey, tampoco una reina, ni siquiera era una De Luca, ella era Dulce Constantini, la princesa de Chicago, y un Constantini no perdona una ofensa, mucho menos una humillación, llegado el caso retrocede, se prepara y destruye.

— Dulce, espera, Dulce. — la puerta del baño no solo detuvo su marcha, también sus gritos, no podía perder el control, no en la finca donde no solo estaba su familia, sino también el tío de Dulce, el Don de Chicago acabaría con él antes de que pueda dar una explicación, pero, aun así, ¿Qué explicación podría dar?, dejo que su frente golpeara la puerta de madera maciza y solo entonces recordó que estaba desnudo.

Regreso sobre sus pasos, para cubrir su vergüenza, sin saber que el mismo infierno espera sobre aquella cama, la mancha roja que demostraba que había tomado la inocencia de su amiga estaba allí, brillante y fresca, riéndose de su desgracia, no supo cuánto tiempo estuvo de pie viendo aquello, su mente no mostraba solución alguna a sus actos, y una pregunta se repetía mil veces ¿Por qué lo hizo?

— Quien te vea con ese rostro no pensaría en que eres el demonio de Chicago… más pareces un perro vagabundo. — giro con sorpresa, nunca había escuchado tal frialdad en sus palabras, menos dirigidas a él.

— Dulce…

— No me hables, haz eso por mí. — dijo viéndolo con furia y el corazón de Pedro se aceleró. — Guarda tu lastima para tu novia muerta, y tus palabras para quien quiera escuchar esa horrible y tenebrosa voz que tienes. — retrocedió dos pasos sin comprender porque le dolía tanto, ya estaba acostumbrado a que se refirieran a su tono de voz de esa forma, pero… viniendo de ella dolía.

— Princesa…

— No me hables demonio, nunca más, haz de cuanta que morí y por tu bien, no te pongas en mi camino.

La vio salir con su maleta, enfundada en un pantalón de cuero negro, con una chaqueta roja, que, hacia juego con la suela de sus altos tacones, ¿cuánto tiempo había perdido regodeándose en su error que no la vio arreglarse? Mucho menos preparar su maleta, y solo eso lo hizo reaccionar, aun no amanecía, y ella no conocía Italia, tomo el pantalón del pijama y sin molestarle tener su pecho descubierto, salió tras… su amiga.

— Wou Pedrito, sí que tu novia te tiene loquito. — dijo con voz jocosa su prima Violeta.

— … — no podía hablar, por primera vez deseaba decir algo, preguntar porque todas las mujeres de la familia estaban en el salón, pero no encontraba su voz.

— Hijo, ¿Qué sucede? — Felipe, quien se contaba como mujer, fue a las escaleras, donde aún se encontraba Pedro con la vista fija en Dulce, quien estaba hablando con Alejandra, como si no se percatara del hecho de que él estaba allí, se veía bien, pero él conocía el dolor en sus ojos. — Pedro. — dijo Felipe a su lado.

— ¿Dónde van? — pregunto susurrando y lo odiaba, detestaba tener una voz que causaba miedo a todos.

— Al hotel hijo, hoy es la boda y nosotras iremos por un buen tratamiento de SPA, y a dejar todo allí, ya sabes, solo los novios regresaran a la finca…. — Felipe como siempre comenzó a explicar todo lo que había organizado para los novios, pero Pedro solo podía verla a ella, su amiga, la que siempre hacia mil cosas para que él hablara, desde que era una niña, y la cual le había pedido que no le dirigiera nunca más la palabra. — ¿Comprendiste? — Pedro vio a su padre y el rubio sonrío. — Solo asegúrate de ir con tu padre hijo, no debes de preocuparte por nada, ya tienen una habitación apartada a tu nombre para ti y “tu novia” — susurro el rubio, y los ojos de Pedro se cubrieron de humedad, al ver a Dulce salir, sin siquiera regalarle una mirada. — ¿Qué pasa?

— Nada. — no lo diría, si ella no lo hacía, él no diría nada, trataría de conseguir su perdón cuando regresaran a Chicago.

Dulce tomo su teléfono móvil apenas y subió a la gran camioneta que llevaría a las mujeres al hotel elegido para la recepción, entro al chat familiar, ese donde no solo estaban sus padres y madre, también los gemelos Marco y Greco de 12 años.

— Necesito regresar a casa, no me siento cómoda aquí, quiero volver a casa. — fue todo lo que escribió y continuación recibió un aluvión de mensajes.

— Sabía que era mala idea que fueras allí. — dijo Marco.

— Uno no cena con enemigos. — agrego Greco.

— ¿Te hicieron algo princesa? — Rocco coloco emojis de una cara roja de furia y Dulce sonrío.

— ¿Pedro no te pudo proteger? — pregunto curioso Salvatore, pues el de ojos negros sabía que ese latino daría la vida por su hija.

— ¡¿Que carajo importa eso?! Estamos yendo por ti hija. — Leonzio podría tenerle cierto cariño a Pedro, pero solo confiaba en ellos para cuidar a su niña.

— ¿Que paso? — indago Ezzio.

— ¿Estas enferma? — pregunto Ángelo.

— ¿Es una recaída? —cuestiono su madre incluso por mensajes podía sentir su nerviosismo y desesperación de que algo malo le suceda.

— ¿Dónde m****a esta Donato? ¿Por qué no nos avisó? — Lupo envió el mensaje, pero ya no pudo ver la respuesta.

— Papá Lupo rompió su móvil. — informo Greco y Dulce bufo.

— Estoy bien, no le he dicho nada a tío Donato, pero… Marco y Greco tenían razón, uno no cena con enemigos. — sus manos temblaban y trato de controlarse al ver la forma en la que Alma la veía, la estaba analizado. — No quiero molestarlo antes de la boda. — envió a continuación, lo que menos quería era que sus padres volvieran a distanciarse de Donato.

— ¿Que paso hija? No puedes solo decir eso, allí esta tu padrino, el ángel de la muerte no es tu enemigo, tampoco lo son Felipe, Carlos, Candy, Amir…

— Quiero volver a casa porque me iré de vacaciones, antes de comenzar la universidad… no quiero ver a Pedro. — su mensaje causo tal conmoción que no obtuvo respuesta hasta casi diez minutos después.

— Imposible, ustedes son como nosotros. — dijo Marco, haciendo referencia a él y Greco, que eran gemelos.

— No quiero verlo sufrir más por Verónica, si me quedo diré la verdad y me odiara… solo sáquenme de aquí, o no sé lo que hare. — mentiría, a su familia, a quienes, si la amaban, sería lo último que haría por su mejor amigo.

— Salimos ahora mismo. — fue el último mensaje de su madre.

Dulce pudo mantenerse en una pieza, sus rostro mostraba calma, e incluso sonreía cuando todas lo hacían, pero su mente no estaba allí, sino recreando el momento más hermoso y horrible de su vida. Te amo Verónica, fue lo que sus gruesos labios dijeron, Pedro en realidad no le hizo el amor, solo la uso para recordar lo mucho que disfrutaba con aquella mujer.

Con disimulo se separó de las demás mujeres, debía tomar sus cosas y enviarlas al aeropuerto, dejar todo listo ya que, si sus cálculos eran correctos, sus padres llegarían por ella cuando la ceremonia religiosa acabara, por lo que no debía perder tiempo, no quería que sus padres irrumpieran en la fiesta de bodas; estaba a punto de ingresar a la habitación que se supondría compartiría con Pedro, cuando sintió unas suaves manos tomar las de ella.

— ¿Qué? — Giovanni sonreía con picardía y ella solo quería golpearlo, no lo soportaba.

— Ven conmigo. — dejo que la arrastrara a la habitación que estaba enfrente a la suya, no se sorprendió de ver el traje a medida colgado en la pared, supuso que era la habitación del italiano.

— ¿Qué quieres? — dijo casi con aburrimiento, preguntándose cuando se le ocurrió que era una buena idea reencontrarse con sus viejos amigos de juegos, ya que estaba más que claro que ellos ni la recordaban.

— Salvarte Princesa, acabo de salvarte. — sus ojos siempre le habían parecido algo excepcional, verdes con motas negras y aunque la santa de Alejandra los tenia del mismo color, los de Giovanni tenían ese brillo de maldad que la llamaba, después de todo, como su abuelo Franco De Luca decía, un mafioso reconoce a otro por el brillo de sus ojos.

— ¿No que ustedes no venden drogas? ¿O solo la consumes? — indago viendo como el rubio servía dos copas de algo color ámbar y le ofrecía una al tiempo que la veía con una enorme sonrisa en los labios. — Gracias. — dijo tomando la copa, y moviéndola como lo hacía Gio, nunca había probado alcohol, nunca lo haría, su hígado no se lo permitía.

— Eres cruel princesa, estoy arriesgando mi cabeza por tu bien y tu solo te burlas de mí. — el rubio bebió de su copa y Dulce simulo hacer lo mismo con la suya.

— No te estoy comprendiendo Gio. — el corazón del italiano tartamudeo unos segundos, sonaba tan sexi un Gio, saliendo de sus labios rosas.

— El demonio tuvo un ataque de furia, por suerte tío Stefano pudo aplacarlo, pero no dice nada, como siempre y para variar, en verdad no sé cuál es su problema, parece mudo, en fin, aunque Carlos y Stefano insistieron en que debe estar solo un tiempo él insistió en venir al hotel.

— ¿Y eso que tiene que ver conmigo? — dijo sintiendo un nudo en la garganta, lo odiaba, pero era Pedro, sabía que los ataques de ira solo le daban cuando sus sentimientos desbordaban, pero no iría a tranquilizarlo, no esta vez.

— Todo, princesa, o por lo menos para mí, no permitiré que entres en esa habitación y que el demonio te lastime.

— Tarde, él ya me lastimo. — murmuró con los ojos cargados de dolor, provocando que Giovani dejara de sonreír, y la viera de pies a cabeza.

— ¿Qué te hizo? ¿te golpeo? ¡¿se atrevió a tocarte?! — la furia que esos ojos raros y únicos mostraban Dulce ya la conocía, pero ¿dónde la había visto?… sus padres, era la misma mirada que ellos tenían cuando su madre enfermaba o algo la molestaba, cuando la reina caía, sus seis reyes se aseguraban de acabar con todo, pero, sobre todo, en ser el bastón de apoyo de ella y todo porque la amaban.

— No, él jamás me lastimaría de esa forma… solo arranco mi corazón y lo entrego como ofrenda para revivir por unos minutos a su amada Verónica. — no era consciente de lo que decía, mucho menos lo que hacía, hasta que la frágil copa se rompió en su mano. — M****a. — murmuro saliendo del trance en el que se encontraba, gracias al ardor en su mano.

— Ven aquí. — la voz de italiano sonaba seria, carente de diversión, como cuando eran niños y le decía que era un tonto koala, aun así, lo siguió, hasta que la dejo sentada en el borde de la cama, solo cuando lo vio regresar con el botiquín, fue que vio la seriedad en su rostro.

— Déjame curarte. — susurro viéndola a los ojos, con tal fervor que dudaba que se refriera a la herida de su mano.

— Soy toda tuya Giovanni Santoro. — respondió con media sonrisa y dejo su mano en medio de ambos.

Lo vio y analizo con sumo cuidado, había crecido, mucho, aunque siempre había sido alto, era delgado, pero podía ver como los músculos se marcaban en las mangas de la camisa blanca, sus cabello tenía tonos dorados, claros y oscuros que se mezclaban, como si fuera un campo de trigo, sus manos eran sueves y grandes, aun así muy delicadas al tratar su herida, hasta que al fin termino y levanto la vista, Giovanni Santoro estaba con una rodilla en la alfombra, con sus manos sosteniendo la de ella, y sus ojos cautivándola como cuando eran niños.

— Quiero curarte. — murmuro el joven, estaba hechizado, sentía una conexión con esa joven, desde el primer segundo que la vio, poco le importaba Pedro y es que, si el latino le guardaba rencor por hacer llorar a su amiga de niños, el italiano no se olvidaba que por su culpa paso semanas recuperándose de los golpes que le dio, se podía decir que el rencor era mutuo.

— Lo acabas de hacer. — sonreía, pero Giovanni veía tanto dolor en sus ojos almendras que quería ser él quien perdiera el control y destrozar la cara de Pedro.

— No tu mano, déjame darte un corazón nuevo, déjame demostrarte que yo si se cómo tratar a una princesa.

¿Cuándo había actuado tan sumiso con una mujer? Nunca, para Giovani el sexo no era una necesidad, era más cuestión de placer, por lo que era muy selectivo con sus acompañantes, de allí y su gusto por la moda que la mayoría pensara que era gay, nada más lejos de la realidad, y es que si este hombre tardaba semanas decidiendo con que sedas trabajar, no se tomaría menos tiempo en estudiar a sus posibles acompañantes de alcoba, y una vez que las elegia, solo avanzaba, como una sombra que cubre todo a su paso, como su padre le había enseñado, podría no ser la próxima sombra italiana, pero llevaba la herencia en la sangre, él al igual que Estefanía, habían nacido para manejar la mafia, no pedían permiso, no consultaban, solo tomaban lo que querían, pero este no era el caso, Giovani no la quería como un trofeo que lucir, deseaba que ella lo eligiera.

— Si es una competencia con Pedro, estas perdiendo el tiempo, terminamos. — informo, aunque ella sabía que nuca habían tenido nada, ni siquiera una verdadera amistad.

— Me importa una m****a el demonio, yo solo quiero verte feliz como cuando llegaste a mis tierras.

Él era Giovanni Santoro, hijo de la sombra italiana, segundo al mando en la mafia siciliana, aunque para el resto del mundo fuera un diseñador que trataba de abrirse camino entre los mejores del mundo, ella era Dulce De Luca, hija adoptiva de los reyes que una vez reinaron Italia, y por supuesto, hija biológica de Valentina Constantini, no caería por un mal de amores, se necesitaban mucho más para verla caer.

Se podría decir que Pedro era el sol, un sol que se estaba ocultando, provocando que las sombras fueran más oscuras y grandes, tanto como para cubrir a la pequeña princesa.

Los labios de Giovani se acercaron pidiendo permiso, al igual que sus ojos y Dulce no retrocedió, le gustaban esos ojos, quería probar esos labios, y lo hizo, el italiano sabia a menta y alcohol, quizás por lo que acababa de beber, era un sabor nuevo para ella, se podría decir que al fin probaba el alcohol gracias a la boca de Giovani, sin ser consciente Dulce llevo sus manos a los hombros duros y amplios del joven, y él a su cintura, no era un agarre fuerte, más parecían las alas de un colibrí, su piel se erizo, mientras el corazón de Giovanni le hacía comprender al fin, las locuras que habían hecho sus hermanas, amor, si se podía amar con solo una mirada, esto no era solo decirlo, Giovanni lo sabía, su madre podría ser ciega pero les había enseñado bien a reconocer el amor.

Dulce dejo caer su cuerpo sobre la nube de algodón que parecía ser esa cama, y Giovani la observo maravillado, como un pequeño sonrojo adornaba sus mejillas, la forma en la que el aire salía en pequeños suspiros de sus labios, no podía cerrar sus ojos, no cuando frente a él tenía tal maravilla de mujer, una que provocaba que sus manos sudaran como si fuera un adolescente, no pudo contener el aire que salió con fuerza cuando se acercó al delgado cuello de Dulce, su aroma era único, no era su perfume, era el aroma de su piel, la sintió temblar cuando paso su lengua caliente por el.

— Deliciosa, hermosa, única. — Dulce lo vio con sorpresa, sabia por como era su tío que los hombres italianos tenían la facilidad de enloquecer a las mujeres solo con palabras.

— Lindas palabras, pero me gustaría que me hagas sentir así, única. — claro que lo quería, su corazón se estaba desangrando, su alma estaba muriendo, y la voz de Pedro en su mente se repetía una y otra vez, te amo Verónica.

— Te are sentir lo que eres y luego… lo matare por herirte. — con un beso limpio la lagrima que Dulce no se dio cuanta caía por su mejilla.

Era tan distinto a Pedro, no solo lo físico o la voz, eran como el día y la noche, las manos de Giovanni no tenían apuro en desvestirla, sus ojos casi no se cerraban ni para pestañar, ya que no quería perder ni un solo gesto de esa mujer. Sonrió con ternura al verla temblar cuando su mano acaricio uno de sus pechos, la oscuridad se fue haciendo más notorias en su iris, cuando a sus caricias se sumaron sus labios, y Dulce ya no pudo resistirlo, cerro sus ojos, algo que no hizo la noche anterior, ahora se lo permitió, quería sentir cada caricia, cada roce, como la lengua de Giovanni buscaba algo en su vagina, la sensación de sus piernas envolviendo la cabeza del joven obligándolo a quedarse allí, y aun así, las manos del hombre siendo tan cuidadosas, acariciando sus muslos, su abdomen. Hasta que abrió sus ojos y lo vio resurgir de entre sus piernas, como continúo repartiendo besos en su monte de venus, su abdomen bajo, en el centro de sus pechos, hasta que nuevamente se adueñó de sus labios, aun así, pudo probarse a ella misma, Giovanni le estaba haciendo probar muchas cosas el día de hoy, tantas que la mente de Dulce se desconectaba por momentos.

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