Memorias perdidas

La danza de las hojas que caían desde las copas de los árboles, era algo que se volvía cada vez más común de ver, el verdor del verano comenzaba a teñirse en tonalidades rojizas y amarillentas, develando así la oportuna llegada el otoño, los vientos cada vez más fríos, mecían con gentileza las blancas y prístinas cortinas de aquella habitación de hospital, era una tarde serena, apacible, o, al menos lo había sido hasta la inoportuna llegada del padre Alessio Meuric a dar una bastante aburrida perorata a los niños enfermos, sobre dios y el reino de los cielos que les aguardaba al morir.

La hermana Jenica, bastante molesta, se había hecho de palabras con el infame, que solo había logrado hacer llorar a los pequeños.

– Nunca te había visto tan enojada, aunque debo admitir que fue bastante reconfortante ver como lo hechas casi a patadas

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