Lyra dio por terminada la conversación.
Sin decir una palabra más, se volvió hacia el sendero que conducía a su cabaña.
El aire parecía más denso, más pesado, y el murmullo de la manada a lo lejos se mezclaba con el eco de su propia respiración.
Sabía que las miradas seguían sobre ella, juzgándola, cuestionando su elección… pero en ese instante no le importaba.
Sintió los pasos detrás de sí, dos presencias inconfundibles.
Los príncipes la seguían, como sombras protectoras, o quizás como lobos demasiado atentos al temblor de su loba.
Cuando estuvo lo suficientemente lejos de los oídos curiosos, se detuvo en seco.
Se giró lentamente, sus ojos brillando bajo la luz azulada del atardecer.
—Voy a dejar algo claro —dijo con voz firme, controlada—. No los apoyé porque lo deseara, sino porque no iba a seguir alimentando los ataques de Damon.
Pero voy a pedirles una sola cosa: no vuelvan a ponerme en una situación así.
El silencio que siguió fue tenso, casi físico.
Alaric frunció el ceño, pero