El valle del norte se extendía frente a ellos como un gigante recién despertado. El aire se volvió más denso, más vivo, más antiguo, apenas Lyra cruzó el límite ancestral que separaba aquel bosque salvaje de la tierra que alguna vez llamó hogar. La loba blanca temblaba en sus brazos, pero al sentir el territorio, su respiración se calmó apenas un poco, como si el aroma del norte reconociera su alma. A su alrededor, los árboles parecieron inclinarse, no por el viento, sino por reverencia. La tierra vibró levemente bajo sus pies, un pulso sagrado que Lyra conocía desde que era niña, un susurro que decía: la luna vuelve al valle.
Los lobos guardianes que formaban la primera línea defensiva dieron un paso atrás al verla. Algunos bajaron la cabeza en señal de respeto, otros ladeaban las orejas, desconcertados por la presencia de tres lobas jóvenes cuya aura era tan poderosa que incluso los árboles parecían contener el aliento. Draven y Alaric caminaban a cada lado de Lyra, tensos, atentos