EPILOGO - LOUIS

Nueva York, tres años después.

Los ojos azules de mi hijo me miraban con atención.

Cómo si no fuesen las tres de la madrugada y yo no me estuviese muriendo de sueño.

― ¿Por qué no te duermes? ―Murmuré pesaroso notando que sus ojos brillaban con alegría ante mi miseria―No, Jake, no es hora de jugar, es hora de dormir.

―Tal vez si no lo dejaras dormir la siesta tan tarde, esto dejaría de pasar.

El aire se me atascó en los pulmones al ver a mi espléndida esposa apoyada en el marco de la puerta.

Mi diosa.

―A partir de mañana lo hago, nena. Te lo prometo.

Pero ella solo se rio divertida antes de entrar a la habitación de nuestro hijo más pequeño y tomarlo en brazos.

―Llevas meses prometiendo lo mismo, corazón. A estas alturas sería un milagro que lo hicieras.

Me maravillé una vez más de lo que increíble que mi mujer se veía con un bebé en brazos.

Tal vez por eso seguíamos teniendo más

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