CAPÍTULO 03:

                                                                              •ஐ[★]ஐ•

—Ahhh…

Fue lo que escuchó por parte de ella, después de un gemido que denotaba placer. Al empalarse dentro de su sexo, sin ninguna piedad.

—Lo siento, no pude contenerme —Edward se excusó de la boca para afuera, porque lo cierto era que le había encantado su receptividad.

Se quedó por unos minutos inmóvil, disfrutando del calor de su sexo. Sentir un placer como ese, debía estar prohibido. Notó la manera en que su cuerpo comenzaba a humedecerse de sudor, por el esfuerzo de tratar de contenerse. Ya que su intención era que ella disfrutara. No entendió el porqué era importante tal cosa para él.

—¡Uhmm! —exclamó Alina, removiendo un poco sus caderas.

—¡Quédate quieta! —no le quedó otra opción que azotar una de sus caderas de nuevo.

Quedó maravillado cuando la sintió bajar sus hombros y arquear más su espalda, levantando un poco más su firme trasero. Escondiendo su rostro en el espaldar del sofá. Su cuerpo temblaba incontrolablemente por la pasión. Un gemido bramó de nuevo de sus labios, y estaba completamente lleno de necesidad.

—Dime… ¿Estás bien? ¿Quieres algo?

—Sí…

—¿Qué quieres?

—Más —contestó con un susurro—, quiero más de ti.

Aquellas palabras y ver como alzaba las mejillas de su trasero y chocaban contra el abdomen masculino, iban a volverlo loco. El sonido era completamente sexual al punto de la decadencia. Ninguno de ellos aguantaría mucho, sus cuerpos ya se los estaban advirtiendo. Así que no tenía sentido postergar el clímax por tanto tiempo.

Sus estocadas pasaron a ser más profundas, más rápidas al punto de caer en lo perfectamente errático. Aferrándose a sus redondeadas caderas. Sus piernas comenzaron a temblar al segundo que los músculos vaginales de Alina comenzaron a apretar su miembro.

Dejándolo asombrado, por aquella desinhibición de su parte. Algo con lo que no había contado. Respiró profundo y echó la cabeza hacia atrás, cerró los ojos y continuó embistiendo su apretado sexo.

En el instante que Alina sincronizó los movimientos de sus caderas con él, quedó aturdido. Todos los planes que tenía de disfrutes para ella se habían ido a la m****a,

—No voy a permitir que pretendas acabar conmigo, mocosa, malcriada —le dio dos azotes en el trasero que hicieron eco en el lugar.

—¡Oh, sí!

La exclamación lo dejó de nuevo sin palabras, porque al parecer ella disfrutaba con cada cosa que él le hacía. Había tenido muchas mujeres en su vida, pero ninguna que fuera tan exigente como él a la hora del sexo. De hecho, no recordaba cuando había sido la última vez que alguna mujer lo hiciera.

La burbuja de la lujuria los atrapó. Sin necesitar un mapa, Edward deslizó una de sus manos por dentro de sus muslos, y al llegar al sitio deseado apartó sus regordetes pliegues. Para encontrar aquel brote que con caricias exactas los llevaría al clímax. Cada uno de sus gemidos, le estaba volviendo jodidamente loco.

La manera en que ella le suplicaba que le necesitaba una y otra vez. Le hacía hervir la sangre de deseo. Su clítoris estaba duro, hinchado y resbaladizo por la humedad de sus fluidos, que acrecentaban su necesidad de correrse.

—Por favor… Estoy tan cerca…

—Shu… Lo sé… —la acarició más rápido—. Vamos cariño, todavía tenemos tiempo.

—¿Por qué entonces no me ayudas? ¡Cuando sabes que te necesito! —se quejó con voz entrecortada.

—Me gustaría que estuvieras más cerca —susurró Edward mordisqueando su oreja.

—Más sería llegar a la cumbre.

Su afirmación fue poesía para los oídos masculinos. Edward aceleró sus penetraciones, fueron más profundas, usando también sus dedos en el sexo de Alina, le haría saber que había entendido el mensaje.

Estaba cerca de que el orgasmo explotara en ella, como los fuegos artificiales del cuatro de julio. Para él estaba claro, y el gesto de hundir la cara completamente en el sillón y gemir, se lo confirmó. Sus cuerpos resbalaban, en un intercambio de fluidos y sudor. La mezcla mágica que solo lo da la química sexual.

Se sentía completamente en el aire, volando en una nube de emociones que iban desde la lujuria, hasta el complemento de dos corazones.

—Por favor… más… No me lo niegues —la voz rota de Alina hacía estragos en él.

—No creo que sea lo justo en este momento para ninguno de los dos —fue lo único que él respondió.

Con cada movimiento de sus caderas, estaba claro, que ambos estaban a punto de alcanzar la cumbre del placer. Sin embargo; él deseaba que durara un poco más.

—¡Ya no más! —chilló ella negando con la cabeza con desespero— ¡Ahora! ¡Ahora!

—Espera… te prometo que será increíble.

—¡Ya no puedo más!

—Por supuesto que puedes, gatita —él le animó cuando se quedó inmóvil por unos segundos—. Puedes con esto y más. Solo déjate llevar, deja que yo te guíe.

Ella continuó diciendo que no podía más, y negando con la cabeza. Mientras que cada uno de sus gemidos eran amortiguados por el material del sillón. Al mismo tiempo que golpeaba el respaldo con sus puños. Edward ya no tenía fuerza suficiente para negarle lo que ambos estaban necesitando en ese instante.

—Solo unos segundos más… Te prometo que la espera habrá valido la pena.

Alina por alguna razón extraña confiaba en él, era como si no necesitara palabras para poder explicarle lo que estaba sintiendo. Aunque era obvio, por la forma en que su cuerpo estaba temblando, que estaba necesitado por llegar al orgasmo. Sus músculos vaginales no dejaban de contraerse de manera dolorosa, y su útero latía sincronizado con los corazones de ambos. Levantó la cabeza, y sobre su hombro le hizo saber:

—Lo siento, pero voy a correrme ahora mismo —le hizo saber levantado la cabeza, y sobre su hombro, pues no le estaba pidiendo permiso.

Fue cuando Edward, decidió seguirla, comenzó a penetrarla más rápido y más profundo. Como si no tuviera más tiempo, aunque era comprensible por el estado en que se encontraban. Desesperados por llegar al orgasmo, y por supuesto saciar su necesidad. Decidió hacer algo y jaló suavemente su clítoris hinchado, para después pellizcar.

El tiempo se detuvo en el instante que los dos se embarcaron en la montaña rusa y de emociones que solo se experimenta con el clímax.

Después que los músculos de su cuerpo se relajaron, y que sus corazones volvieran a la normalidad, sus respiraciones dejaran de ser erráticas, Alina lo miró y con una gran sonrisa le dijo:

—Vamos… no pensarás que voy a hacerte lavandería —le guiñó un ojo—, todavía me debes cuatro cervezas.

Edward soltó una gran carcajada que resonó en toda el área de la lavandería.

—Eres tan descarada —le dijo acercándose para morderle el labio inferior.

—Los dos sabemos que eso es lo que te gusta —Alina replicó guiñándole un ojo.

Cuando Edward iba a contestarle, lo calló con un beso. Ella no quería perder ni un minuto, pues entendía que aquel encuentro había terminado y que su despedida sería después de que se comiera su almuerzo.

Quizá nunca más lo volvería a ver, solo el destino podía saberlo. Ya que era quien se encargaba de las jugarretas de la vida.

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