CAPÍTULO 02:

                                                                              •ஐ[★]ஐ•

Ella le tomó de la muñeca, y le hizo una mueca de autosuficiencia.

—Crees que porque eres hombres tienes el control de todo, ¿verdad? —chasqueó los dientes— ¡Pobre chica! ¡Qué equivocada estás!

—Vaya genio que tienes, solo te estoy aclarando que no pasará nada aquí —Edward contestó ladeando la cabeza, y luego la miró como si la estuviera analizando— Al menos, no por mi parte.

—¿Y qué pasa si yo quiero que suceda? —cuestionó ella alzando la barbilla de manera retadora— ¿Qué pasa cuando una mujer dice lo que quiere? —negó con la cabeza— Cuando es segura de sí misma.

Edward chasqueó los dientes, pretendía decir algo. Pero Alina le interrumpió alzando una mano.

—Huirás, por qué te da miedo una mujer que sabe donde, como y cuando lo quiere —fue el turno de burlarse de él, sin saber que con ese gesto le estaba retando de manera descarada.

Edward le dio una sonrisa ladeada, y se relamió los labios. Entrecerró el rostro de Alina con sus grandes manos y antes de cubrir su boca con la suya respondió:

—Entonces estamos en sintonía, pequeña gata salvaje.

Con el solo roce de sus labios, fue imposible para Alina evitar gemir. El contraste de su cuerpo más grande, fuerte y caliente, con el suyo. Y aquellos carnosos y suaves labios, le hizo estallar las neuronas.

Edward era completamente demandante, lo supo cada vez que su lengua se enroscaba con la suya. Su mano grande y callosa la tomó suavemente de la barbilla, pero al mismo tiempo firme. Obligándola a que le diera más acceso a su boca, para llegar a cada uno de sus rincones. No había duda que él era un conquistador, por tanto; estaba pensando en explorarla cautelosamente.

Sintió el cuerpo de la joven temblar, cuando la tomó de la cintura y como si no pesara nada, la alzó y la depositó sobre la lavadora. En el instante que Edward supo que ella estaba cómoda, besó la punta de su nariz, y se acomodó entre sus muslos.

—Creo que ahora comienza la diversión —le dijo con voz gutural.

La volvió a besar, pero esa vez no profundizó el beso, dejándola con ganas de más. Descendió despacio hasta el cuello, le encantó su olor a coco y vainilla. Las manos le picaban por acariciar y tomar el peso de sus pechos firmes. Se sorprendió cuando ella por propia iniciativa comenzó a acariciar su paquete. Al principio un poco parecía un poco tímida, pero cuando él pellizcó con sus dientes el lóbulo de su oreja, Alina encontró su propio ritmo.

Edward se deslizó un poco más, hasta arremolinar su boca en uno de sus pequeños pezones duros como botones, por encima de la fina tela de blonda del sujetador. Haciendo que ella se arqueara un poco hacia él, pidiéndole con ese gesto un poco más de su toque y apretara con su mano la dura carne que estaba entre sus piernas.

Alina estaba poseída por la lujuria, por esa razón se soltó de su agarre y se bajó de la lavadora. Dejándolo un poco desconcertado, ya que pasó por su cabeza que se había arrepentido. Aunque quería de mostrarle que era una chica ruda como él, algo dentro de su ser le decía que no era cierto.

—Mejor aquí —le dijo extendiendo la mano y con una sonrisa traviesa.

Él no dudó en tomar su mano, y ella lo llevó a un sillón. Se arrodilló a sus pies.

—Tienes razón, por alguna razón muy extraña, estamos en la misma sintonía

Se inclinó un poco y con la punta de la nariz, acarició aquel mástil de carne, dura, caliente y sedosa. En ese momento solo pensaba en devorarlo de los pies a la cabeza. Puesto que un hombre como ese, no estaba a menudo al alcance de su mano.

«¡¿Cuál es tu miedo?! Si después de esta noche, nunca más lo volverás a ver», se dijo.

Dio un pequeño suspiro, y no supo el porqué, el saber de qué no lo vería nunca más, después de ese día le hizo sentir un dolor punzante en el pecho.

Se le secó la boca en el instante que observó una gota de líquido pre seminal en la punta de su eje. El deseo creció como una ola en ella, y con la punta de la lengua probó su esencia masculina. Una sola degustación no era suficiente, fue como si botón de la lujuria se activara en ella. Sin poder contenerse lo llevó completamente a las profundidades de su boca.

—¡Jooooder! —exclamó Edward con los dientes apretados, por el esfuerzo de controlarse ante aquella sensación exquisita. La agarró un poco fuerte del cabello, pero sin hacerle daño. Solo lo necesario para advertirle lo que podía suceder si continuaba tentándolo de aquella manera.

Sí, creyó que eso la detendría, pues estaba muy equivocado. Porque eso solo sirvió para que en Alina, creciera el gusanillo de a curiosidad por saber hasta donde podía doblegar aquel magnífico hombre acariciándolo con la lengua. Se ayudó su mano, y lo apretó un par de veces, maravillada de darse cuenta de que no cabía.

—¿Estás jugando conmigo? —siseó él, y Alina se removió en sus pies disfrutando el momento de hacerle perder el control.

Sin embargo; Edward terminó de apartarla de su virilidad. Masculló una maldición al escuchar un quejido de protesta por parte de ella. Estaba claro de que quería continuar disfrutando de su sabor. Con una mano apretó más su agarre en el cabello. Mientras que con la otra acarició su virilidad desde la punta hasta la base.

—¿Estás segura de que quieres esto? —preguntó con un tono de voz muy bajo e inclinándose un poco, para pegar su frente contra haciendo que el cuerpo femenino se estremeciera.

En respuesta, ella de nuevo sacó su húmeda, rosada y caliente lengua, para acariciar de nuevo la punta de su miembro. Alina quería retarlo, porque necesitaba que sintiera el mismo fuego que en ese momento estaba ardiendo en ella.

—Esto… —movió su cabeza de un lado a otro para sutilmente zafarse de su agarre del cabello, y llevar el dedo pulgar masculino a la boca para luego agregar:— Está bien para comenzar.

No dijo nada más, y bajó la cabeza para llevarle de nuevo hasta su garganta. Lo escuchó de nuevo mascullar una maldición con los dientes apretados. Alina continuó ayudándose con su trabajo manual, mientras que con su lengua acariciaba desde la punta de su eje en forma de seta hasta la base. Estaba narcotizada por su sabor y olor a hombre. Con movimientos circulares de su lengua se desplazó hasta sus testículos, que estaban calientes, sedosos y pesados. No pudo resistirse, los acarició con la punta y luego chupó de manera suave.

Edward se estremeció de placer, no había duda que la pequeña gata salvaje sabía cómo complacer a un hombre. Le gustó ver cómo su virilidad completa se perdía entre sus labios carnosos, y los ojos cerrados, completamente concentrada en darle placer.

—¡Basta! —exclamó, la apartó y se levantó del sillón.

La tomó del brazo y la levantó, haciendo que la frente de ella descansara en el espaldar de la silla inclinándola, para que le ofreciera ese gran trasero. Ella le sintió alejarse, su corazón latió más fuerte con tan solo de pensar en esa idea, pero no se atrevía a mirar.

—¿En dónde estás? —preguntó ella—. ¿Estás jugando?

—Shu… —dijo Edward mientras que se escuchaba como se rompía el empaque de un preservativo. Después acarició codiciosamente los redondeados globos, y le dio un azote que resonó en la habitación, luego agregó:— El tiempo de jugar se acabó, nena.

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