ERIC CONNOR.

ITALIA.

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— Eric — escucho pero no dejo de andar, los dedos crispados dentro de los bolsillos, la nuca tiesa. No me interesa hacer relación con estos cadáveres caminantes — Detente, imbécil. ¿Qué no escuchas? — espeta la voz femenina tras de mí, y su mano se clava en mi hombro con una presión que pretende dominio, pero tiembla apenas.

— ¿Qué carajos quieres ahora, Eliza? — respondo quitando su mano de mi hombro con un movimiento seco del codo, sin mirarla. La mirada carmesí de la rubia me estremece: vacía, sí, pero con filo. No sé si es miedo o la ira acumulada por estar aquí contra mi voluntad, obligado a convivir con estos monstruos disfrazados de humanos.

— Tú has estado manteniendo comunicación con los perros grotescos de Red Moon — suelta, y hay un dejo de duda en su tono, como si temiera la respuesta.

Río. Es cierto, pero sinceramente ya no me importa nada a estas alturas de mi vida.

— ¿Po