Tras la partida de los obreros, la casa se sumergió en un silencio reconfortante. Ilán, desplazándose en su silla de ruedas, se encaminó hacia la habitación, conmigo a su lado. La fatiga pesaba sobre él, pero al llegar, un milagro pareció obrarse. Con esfuerzo, Ilán se levantó y caminó con movimientos torpes pero seguros, como si su cuerpo recordara de repente cómo realizar cada paso.
—Estoy por pensar que lo tuyo es psicológico, amor —comenté de nuevo, con asombro y ternura—. Tienes que hacerte el firme propósito de caminar todo el tiempo, amor; quizás eso ayude. Lo hiciste muy bien en la mañana en la empresa.—Pensé eso mismo. Vamos a bañarnos y descansar; me siento sin fuerza. ¿Y tú cómo estás? —preguntó mientras me veía desnudarme.—Estoy bien, no te niego que est