La sorpresa se pintó en mi rostro al ver a la joven que entraba, seguida por un séquito que portaba bolsas y un perchero abarrotado de sus propias prendas. Mi corazón se aceleró ante el gesto inesperado, una muestra más del amor que Ilán sentía por mí. Sin un ápice de duda o vergüenza por la presencia de las otras en la habitación, corrí hacia Ilán y me lancé a sus brazos. Me senté en sus piernas y lo cubrí de besos, cada uno un sello de gratitud y amor.
—Gracias, querido esposo, debes acostumbrarte a esta esposa alocada tuya— dije entre risas, notando cómo Ilán se ruborizaba ligeramente bajo mi afecto. Ilán solo pudo asentir con una sonrisa tímida, pero genuina. Y traté de aguantar las grandes ganas de abrazarlo. —Mandé por ellas a tus tiendas— admitió con un tono de or