En el hospital, nos sentimos aliviados al saber que Ilán solo debía seguir una terapia profiláctica para prevenir cualquier complicación. Aún no habían identificado con exactitud quién o quiénes nos habían expuesto a la toxina peligrosa en nuestras respectivas casas. Aunque el nombre de Amaya había aparecido en uno de los cheques al pagar la sustancia, no habían encontrado evidencias concluyentes, ni tampoco el antídoto en su sangre. Los médicos aseguraban que quien lo administraba debía estar vacunado contra la toxina. Al menos ahora Ilán estaba sano para acompañar a su adorada esposa a dondequiera que fuera.
En la habitación donde Ivory terminaba el tratamiento, me esforzaba por construir una historia que no fuera totalmente mentira, pero que permitiera incluir a Ilán en ella.—¿Qué pasó, Amelie? —me preguntó