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capítulo 18; Ave fénix

~Analía~

—Creí todo de ti, menos que eras puntual.

Le digo a Alex en cuanto salgo. Me dijo que vendría, no tengo la menor idea de dónde iremos, pero quiero dejar que piense que estoy confiando en él.

Para un mentiroso, una mentirosa más grande.

—¿Sabes lo bien que te queda ese vestido?

Baja la mirada por mi cuerpo. Mi vestido marrón es tan pegado al cuerpo que deja que todo se me marque, y no tengo inseguridades con mi cuerpo, lo he cuidado en estos años, me he matado en el gimnasio para lograr todo lo que quería.

—A mí todo me queda bien.

Le guiño un ojo.

Paso por su lado, hace el intento de abrirme la puerta del auto para que me suba, y lo detengo, tomando su mano que la llevo hasta mi cintura. Hago el intento de besarlo y le digo;

—No necesito un caballero, gracias.

Escucho su risita, pero me subo en el auto. Hace lo mismo que yo y se pone en marcha, su auto huele a perfume caro.

—¿A dónde iremos?

Inquiero, mirándolo.

—A donde podamos coger sin ocultar los gemidos.

Esta vez lo miro.

—No tendremos sexo, Alex.

—Los dos sabemos que sí.

Me sonríe de medio lado. Suele ser tan coqueto que no lo soporto. Decido hacer silencio y dejo que conduzca, me sumerjo en mis pensamientos.

Reacciono al sentir que el auto se ha detenido, no es el departamento de Alex, es la bodega donde me trajo cuando me tenía atada.

—¿Qué hacemos aquí?

Pregunto, mirando para todos lados.

—Tengo algo importante que hacer aquí, en unos minutos nos vamos.

Es todo lo que me dice y se baja del auto.

Hay hombres armados que cuidan el lugar, estoy segura de que no es la bodega donde tiene toda la mercancía, de lo contrario, no me traería con tanta confianza.

Decido bajarme del auto, al único que reconozco es a Leo, que al verme me sonríe, no me parece mala persona, así que no entiendo por qué trabaja con Alex.

—Señorita Analía.

Me saluda con una sonrisa amable.

—Leo —le sonrío con amabilidad.

Mira para todos lados y se acerca.

—¿Cómo está? Nunca es fácil acabar con alguien por primera vez, siempre hay remordimientos.

—No he dormido bien.

Me sincero. Me queda viendo con cierto pesar en su mirada.

—¿Por qué estás metido en esta vida? No me pareces una mala persona —me atrevo a preguntar—. No tengo que ser adivina para saber que Alex y todos aquí están metidos en negocios malos. Este no es tu mundo, entonces, ¿por qué estás aquí?

—La necesidad muchas veces nos lleva a tomar caminos distintos a los que queríamos. Tengo una niña de trece años que tiene cáncer, su tratamiento es caro, nadie quiso darme trabajo, hasta que conocí a Alex y vi el dinero fácil.

Me quedo mirándolo, sus ojos se han llenado de lágrimas. Estoy por responderle, y por inercia giro mi cabeza hasta un lugar fijo, y justo ahí, siento como todo mi cuerpo se congela, como mis vellos se erizan. ¿Qué pasó? Tienen a Tomás atado a una silla, está todo golpeado, no se ve nada bien, le está saliendo sangre de la nariz, su cara está hinchada. Tengo que ayudarlo, el maldito de Alex seguramente mandó que se lo trajeran.

«Es un desgraciado».

—El patrón lo castigó por haberlo dejado en humillación el día que lo salvaste, por él casi se lo llevan. No creo que salga con vida, ya dieron la orden de acabar con él.

Escucho la voz de Leo, se ha dado cuenta de que he quedado mirando.

—¿Lo matarán por hacer su trabajo? Era él o Alex.

—Se atrevió a meterse con el equivocado. Al jefe no le gusta que lo reten o hay consecuencias, él lo hizo.

La gente puede ser tan estúpida, Alex se cree el dueño del mundo y no es más que un hombre millonario que quiere demostrarle a todos que tiene poder.

—¿Dónde queda el baño?

Pregunto, arreglando mi cabello, Leo me señala y camino en dirección, espero que me quite la mirada de encima y me desvío, sin que nadie me esté mirando le doy varios golpecitos en la mejilla a Tomás para que despierte, tiene la cara hinchada.

—Analía… —sus palabras se entrecortan—. Ayúdame…

—Te voy a sacar de aquí, lo prometo, pero ahora no puedo porque hay mucha gente. Haré lo posible por regresar y ayudarte. No dejaré que te sigan lastimando —beso sus labios—. Te quiero, ¿vale? Ese maldito no podrá lastimarte más.

—Me matarán hoy, dio la orden.

—Te salvaré. A ti no te pienso perder por sus ganas de demostrar que él manda. Un día renací para ganar, y lo haré.

Vuelvo a darle un beso y salgo antes de que se den cuenta, lo menos que quiero es que nos maten a los dos. Voy caminando y me detengo al sentir un gran mareo, puedo sentir cómo mi respiración disminuye, mis manos se han puesto pálidas, siento que mi cuerpo va cayendo y me agarran de la cintura, evitando que me golpeé. ¡Mierda! Me ayudan a sentar en una silla para que me tranquilice.

—Oye, ¿qué te pasa? ¿Estás bien?

Alex me pega en las mejillas.

—Analía, dime qué pasa. ¡Carajo! Habla.

—Mi… bolsa… —le señalo. Casi no puedo hablar, no me siento bien—. Mi inhalador…

Revisa la bolsa con rapidez y me lo pasa, uso el inhalador sintiendo cómo todo empieza a mejorar en mí y mi piel toma su color habitual, mi respiración ha empezado a controlarse.

—¿Qué m****a te pasó?

Inquiere, mirándome.

—Tengo asma.

Eso no es mentira, soy asmática, lo controlo, pero a veces sin querer llegan las crisis.

—¿Podemos irnos ya? Tenemos una cita por cumplir.

Me queda viendo y niega.

—Te vas a quedar aquí, llamaré un médico de confianza.

—Alex, no…

—Haz silencio.

Me dice y se va.

No sabe lo que acaba de hacer, esta es mi oportunidad de salvar a Tomás…

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