Me quedé allí, sobre él, con la respiración entrecortada. Sus manos subían y bajaban por mi espalda desnuda. Levanté un poco mi cabeza y lo miré; su expresión estaba en blanco, y yo deseaba poder leer su mente en esos momentos.
— ¿En qué piensas? —le pregunté.
Él me miró.
— Necesito el amuleto —me dijo.
Me senté sobre su abdomen y lo miré.
— Lo siento, pero no puedo ayudarte —le dije.
Me bajé de él y me levanté. Tomé el pedazo de tela que estaba tirada en el suelo e intenté ponérmela, pero estaba demasiado dañada.
— ¿Por qué? —me preguntó él.
Me volví para mirarlo.
— Porque no sé cómo hacerlo, así que por favor, deja de molestarme —le pedí.
Salí del lugar medio desnuda, necesitaba pensar con frialdad todo lo que había hecho.
— Creo que Eirik no trajo a una bruja, trajo a una zorra —dijo esa voz chillona y desagradable.
Me di la vuelta y la miré.
— Déjame en paz, ya estoy cansada de ti —le dije con mal humor.
Ella se acercó a mí pero se alejó de inmediato. Y vi por qué. Eirik se estaba