Alice arrugó la nariz en cuanto el auto se detuvo. La habían llevado en el asiento de atrás, con las ventanas oscuras subidas, pero en cuanto aquel hombre había detenido el coche y le había abierto una puerta, el olor a moho y óxido le habían invadido la pequeña nariz.
—¡Vamos, baja!
Alice lo mir