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Jandro y Yarina se apearon en la misma parada en la que ya lo habían hecho primero su madre y también Raúl, Angélica y Milita.

Al igual que su madre, habían mirado a ambos lados y luego habían caminado hasta la cafetería que estaba enfrente. A la entrada, sentado en una de las mesas rojas con publicidad de cerveza, estaba un viejo con la barba sin afeitar desde hacía unos días.

Jandro hizo un leve movimiento con la cabeza a modo de saludo y luego apartó una de las sillas de otra mesa y esperó a que Yarina se sentara.

—Dentro hay aire acondicionado —dijo el viejo.

Jandro le miró con cautela. La voz del hombre parecía agresiva, molesta con su presencia.

—Preferimos sentarnos fuera —contestó.

El viejo se encogió de hombros y le miró con descaro de arriba abajo.

—Lo decía porque “los de

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