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Se despertó angustiado, el corazón golpeando el pecho, acelerado, la respiración fuerte, entrecortada y con una tremenda excitación. Sin embargo, el placer no era real, no era deseable, le asustaba.

Efrén se levantó de la cama y se metió en el baño que tenía en su propia habitación. Abrió la puerta del armario y sacó un blíster de valium, se metió un par de pastillas en la boca y abrió el grifo del que bebió a morro para tragárselas. Recordó el día que había encontrado a la criada con el blíster en la mano, mientras limpiaba el baño. Lo miraba incrédula y Efrén sabía lo que estaba pensando.

—No hace falta que les digas nada, Clarita, es mamá quien me los suministra.

La chica se había sobresaltado ante su voz, y, luego, había devuelto el blíster a su sitio.

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