Capítulo treinta y ocho
Adiós a la maldición de la bruja
*Adriano Di Lauro*
Con el gesto pétreo e ignorando sus chillidos, la saco de la habitación a rastras mientras mi ama de llaves carga la maleta.
— No se te ocurra aparecer en mi casa nunca más —le advierto desde el auto—. Ten mucho cuidado con lo que haces o en todo caso dices, Francesca, porque no volverás a ver la luz del sol. Abres la boca y los pocos privilegios que te quedan serán cortados de raíz.
— ¡Contaré la verdad!
— ¿La verdad? —emito una pequeña carcajada cargada de sarcasmo. La ira alimenta mi frialdad y me hace sentir más poderoso que nunca&mdash