Capítulo 4

El timbre sonó a las tres en punto, como si todo estuviera cuidadosamente planeado.

Yo estaba en el sofá, piernas cruzadas, con una apariencia serena por fuera, pero por dentro… era un caos.

Bruno se levantó en silencio para recibir al abogado. El sonar de sus pasos me recordó que ya no había marcha atrás. Aunque todavía conservaba mi nombre, en unos instantes me lo quitarían sin compasión.

El abogado era un hombre de baja estatura, muy canoso, con unas gafas doradas que se deslizaban por su nariz. Abrió un maletín con un clic y me entregó los documentos como si fueran simples papeles de compra. Pero no era así. Eran los formularios que marcaban el final de mi libertad.

—¿Tienes contigo tus documentos originales? —preguntó Bruno sin mirarme.

Asentí mientras sacaba los papeles de un sobre que había ocultado en el fondo de mi mochila. Mi ID, mi pasaporte caducado y todo lo que había prometido no usar de nuevo. Cuando sus dedos tocaron los míos al recibirlos, sentí que me quitaba más que
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