CAPÍTULO 49 —La calma después del infierno.
POV Ángela
El amanecer llegó sin permiso. Sin disparos. Sin sobresaltos. Sin gritos por radio.
Solo el mar respirando contra la orilla como un amante dormido, y yo, sentada en la terraza de la cabaña, con mis hijas acurrucadas en mi pecho, sintiendo por primera vez en años que el tiempo era un regalo en lugar de un enemigo.
Emma estaba recostada sobre mi lado izquierdo, calentita, con su mechón rubio pegado a mi clavícula como un rayo de sol robado. Sofía, más inquieta incluso dormida, tenía una mano enredada en la tela de mi camiseta, como si temiera que pudiera desaparecer si aflojaba el agarre. Sus respiraciones eran diferentes —una suave como una brisa, la otra firme como un latido constante—, pero juntas creaban un ritmo perfecto. Una música que me anclaba al presente, lejos de las sombras del pasado.
Tenía una libreta abierta sobre las piernas.
Una pluma entre mis dedos.
Y la hoja en blanco esperándome, como una promesa.
Había pasado un mes desde que desperté del coma. Un mes de