POV ÁNGELA

El día comenzaba a despuntar con timidez sobre las montañas, un amanecer gris y pálido que se filtraba a través de las nubes bajas como una promesa rota. La noche había sido un infierno de vigilia: horas interminables revisando protocolos de seguridad, mapas satelitales y rutas alternativas, asegurándome de que ningún drone enemigo, ningún traidor o emboscada interfiriera en el trayecto final. Mi cuerpo pedía descanso, pero mi mente era un torbellino de ansiedad y anticipación. El bebé parecía sentirlo también; un leve aleteo en mi vientre, como mariposas nerviosas, me recordaba que ya no luchaba solo por mí.

Venus me informó con su voz calmada y precisa que el avión llegaría en quince minutos a la pista privada de la mansión en la ciudad, un aeródromo discreto oculto entre pinos nevados y custodiado por mis mejores tiradoras. No estaba sola en la espera. Rosa Negra, una de las más letales de Flor de Loto —alta, con piel morena y ojos que parecían pozos sin fondo—, se encon