Sangraba profusamente, temblaba y gemía. Clementina tomó la mano de Verónica entre las suyas y yo me tambaleé hacia adelante, donde ambas mujeres estaban arrodilladas en el suelo.
La mirada de Clementina se cruzó con la mía, sus ojos oscuros y brillantes, pero no lloraba. Sabía que debía estar sufriendo; su cuerpo temblaba y se sacudía por los temblores y la conmoción posterior al disparo. Pero no lloraba.
No. Clementina levantó la barbilla y me miró fijamente, dura y decidida.
—¿Recuerdas lo que me prometiste? —preguntó con voz ronca, con los labios secos y agrietados.
Verónica estaba murmurando algo para ambos, pero Clementina se concentró en mí.
—¿Te acuerdas, Velbert? —preguntó de nuevo.
Verónica empezó a tirar del brazo de Clementina, intentando levantarla. Instó a su amiga a ponerse de pie y a correr.
Pero Clementina no podía correr.
Ni con las piernas, ni con el brazo roto. Podía ver la debilidad de su cuerpo, la vida desvaneciéndose lentamente.
—Sí, lo recuerdo.—
Clementina as