Mundo de ficçãoIniciar sessãoMoscú recibió a Diego Cortés con nieve negra, cielo de plomo y la certeza de que había entrado en territorio donde las reglas que conocía no aplicaban.
El jet privado tocó tierra en una pista de aterrizaje que no aparecía en ningún mapa oficial, rodeada de abetos siberinos que se alzaban como centinelas silenciosos bajo la tormenta. Diego bajó primero, sus zapatos italianos hundiéndose en la nieve compacta mientras el viento ártico le cortaba el rostro como navaja. A sus espaldas, Valentina descendía con Hermann Jr. pegado a su pecho, negándose a soltarlo ni por un segundo.
El niño había dejado de llorar durante el vuelo de ocho horas desde Frankfurt, pero su silencio era más aterrador que cualquier berrinche. Sus ojos oscuros, tan parecidos a los de Diego, se movían constantemente, como si esperara que la pesadilla continuara en cualquier momento.







