Viendo su actitud, Julieta abrió el chocolate y le dio un trozo.
Al comer el dulce, una sonrisa apareció en el pequeño rostro de Juan.
— Juan debe ser obediente. Después de comer, hay que dormir tranquilamente, ¿sí? Cuando despiertes mañana por la mañana, todas estas delicias serán tuyas.
Juan se aferró a su brazo.
— Tía, tú eres quien más me quiere, y yo también te quiero.
Julieta le dio unas palmaditas en el brazo. "Ya basta de charla, duérmete de una vez", pensó.
Tenía que trabajar temprano mañana y si seguía así, acabaría con un aspecto demacrado.
Sin embargo, apenas Juan terminó el chocolate, volvió a hablar:
— Tía, después de comer por la noche hay que cepillarse los dientes.
Julieta casi deseó noquearlo de una patada.
Pero mantuvo la paciencia:
— Tranquilo, Juan, no pasa nada por no cepillarse los dientes un solo día.
A Juan tampoco le gustaba cepillarse los dientes, pero Andrea siempre lo llamaba cada noche para recordárselo. Al escuchar lo que dijo Julieta, el pequeño se alegr