LEA
—¡Suéltame! —exclamo al tiempo que golpeo a puños cerrados la espalda ancha y bien estructurada de Enzo, me carga como un costal de papas y eso solo incrementa los niveles de mi enfado.
—Silencio, Lea —palmea mi trasero y suelto un chillido por el impacto.
Hace cinco minutos que llegamos a su fortaleza, y tras haberles dado la orden a todos los desconocidos que habitaban la casa por su seguridad, sobre que estaban a mi servicio, y que ahora éramos marido y mujer, me llevaba por los pasillos hasta entrar a su habitación.
—Bien —me baja con delicadeza y de forma inmediata tomo mi distancia.
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