Capítulo 4
—Me alegra que me hayas pedido ayuda, porque al menos sé que confías en mí —me dijo mi amiga, al entender la situación—. Si te atreves a irte sola a escondidas, ¡no te lo perdonaré jamás!

Ella siempre intentaba hacerme reír, pero mi salud seguía empeorando cada día.

Una noche, me senté sola en el balcón a disfrutar de la brisa.

Al abrir los ojos de nuevo, me sorprendí al ver a mi hija. Todavía llevaba la ropa del día en que murió. Todavía vestía la bata de hospital que llevaba el día que murió, aquella amplia prenda que apenas cubría su pequeño cuerpo.

—Mamá, ¿por qué no me hiciste caso? —me reprochó dulcemente.

Intenté extender mis brazos para abrazarla con fuerza.

A la mañana siguiente, mi amiga encontró mi cuerpo y colocó mis cenizas junto a las de mi hija, de acuerdo con las instrucciones para nuestro sepelio.

Quizás nos convertimos en fantasmas. Pero no sabía por qué no habíamos reencarnado.

Solo podíamos vagar sin rumbo.

Cuando Mía volvió a lanzar su mirada sobre el hombre en la plaza, finalmente le preguntó:

—Quieres ver a tu papá, ¿verdad?

Durante esos días, solo se fijaba en personas que se parecían a Benjamín. Sabía que era porque, cuando estaba viva, siempre le decía que su papá estaba ocupado haciendo cosas importantes. No quería que pensara mal de él, así que le alimentaba esa admiración inocente.

Cuando estaba en el hospital, Mía no dejaba de esperar a su papá, pero al final nunca apareció. Por lo que ahora, que ya estábamos muertas, no había nada de malo en que lo viera, así fuera desde lejos.

Con esto en mente, ambas nos dirigimos a la empresa, en donde Mía finalmente vio a su padre, a quien observó con atención.

Intentó acercarse, tocarlo… pero no fue capaz.

La secretaria de Benjamín le trajo un café. Él lo tomó distraídamente, mirándola de reojo.

—¿Cómo está mi hija en el hospital? —le preguntó Benjamín de manera casual.

La secretaria pensó un momento, antes de responder:

—Está bien, señor, ya salió del hospital hace un tiempo.

Pero Mía ya había muerto. ¿Acaso Benjamín tenía otra hija de la que no tenía conocimiento?

Benjamín no dijo nada más y se dio la vuelta para regresar a su escritorio y seguir trabajando.

La secretaria volvió a su puesto y comenzó a charlar con sus compañeros:

—¿No está raro el señor Gómez? El día que su hija salió de la operación, no dejó de ofrecer beneficios a toda la empresa.

—¡Es cierto! —agregó otro—. Ahora que lo mencionas, recuerdo que el 8 del mes pasado, todos cobramos el triple del salario.

Al oír esto, me quedé paralizada, mientras sostenía la mano de Mía.

Pero Mía saltó de mucha alegría, preguntando:

—Papá vino ese día, ¿verdad? —Hizo una pausa y suspiró—. Todo fue mi culpa. No fui lo suficientemente fuerte. Si hubiera vivido un poco más, ¡podría haber visto a papá!
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