La Furia del Rey y la Astucia de Calix
La noticia del audaz rescate de Orlo golpeó al castillo como un rayo. El Rey, viejo y enfermo, estalló en una furia incontrolable. Su voz, un rugido de ira, resonó por los salones, exigiendo la cabeza de los culpables. Isabel, a su lado, con el rostro lívido y los labios apretados, apenas podía contener su propia rabia. Su plan, que buscaba aplastar a Kaida y a Orlo, se había vuelto en su contra, encendiendo la llama de la rebelión.
—¡Es una afrenta! ¡Una traición imperdonable! —gritó el Rey, su mirada de fuego se posó en Isabel—. ¡Encuentren a Orlo! ¡Encuentren a Conan! ¡Y a la tejedora… a la tejedora mátenla!
Isabel asintió, su rostro una máscara de fría determinación. —Sí, su majestad. No descansaré hasta que los traidores paguen por su osadía. Enviaré a los espías de capa negra. Los encontrarán. Y la tejedora… la tejedora será un ejemplo para el pueblo.
La Reina Isabel, con su ambición desmedida y su astucia maquiavélica, duplicó sus esfuerzos