Al principio, pensé que Conan había salido a vender las joyas para conseguir el capital inicial del negocio, tal como habíamos acordado. Me senté en la silla polvorienta, la única limpia que había encontrado, y esperé. Con cada minuto que pasaba, la esperanza se mezclaba con una ansiedad creciente. El sol se movió por el cielo, y el calor del mediodía dio paso a la tibieza de la tarde, luego a la penumbra del crepúsculo. Él seguía sin regresar. Empecé a preocuparme de verdad, temiendo que algo malo le hubiera pasado. La casa se sentía extrañamente silenciosa sin su presencia, y la capa de polvo, que antes me había inquietado, ahora se sentía como un velo que ocultaba una realidad más dura: la soledad y el abandono. Mi estómago se volvió a rugir, un recordatorio doloroso de que no había comido nada desde el pan de la mañana.
Justo cuando la