Capítulo 7. Acoso

Lunes por la mañana.  Empresas Johnson

Jackson Johnson

—Cancela la reunión de las tres. —pedí a mi secretaria, ella asintió al bajar la mirada a su tableta. —Y mi almuerzo que sea lo que comí el martes de la semana pasada.

—Sí, señor. ¿Algo más? —negué.

—Gracias. —murmuré al dirigir mi mirada a la computadora, ella salió de la oficina. Me detuve al repasar mi fin de semana en Los Hamptons, fue el mejor fin de semana que pude haber pasado. Solo. Sin nadie a mi alrededor a excepción de mi equipo de seguridad a quién había pedido ser lo más discreto posible. Cerré los ojos y solté un largo suspiro. Ya quería que llegara viernes para irme a mi santuario.  Sonó el teléfono de mi escritorio. —Dime.

—Señor, la administradora ha pedido una cita con usted.

Arrugué mi ceño.

— ¿Asunto? —pregunté.

—Dice que necesita hablar de algo urgente con usted. —me intrigó.

—Que pase.

—Sí, señor. —luego colgué la llamada, ¿Había algún problema? La puerta se abrió y la mujer de cabello cobrizo cerró la puerta detrás de ella. Noté algo en su mirada que no me gustó para nada.

—Señorita Taylor, ¿A qué se debe su reunión sin agendar? —seguí sentado en mi lugar frente a la pantalla de mi laptop, ella estaba bastante callada, pero su mirada fija en mí, aun de pie con su espalda contra la puerta. — ¿Señorita Taylor? —insistí a su silencio incómodo.

—Disculpe, no era mi intención importunarlo con mi reunión sin una cita previa, pero es que no puedo callar más lo que está pasando. —entonces me alerté y me puse de pie de un movimiento, miré hacia mi americana que colgaba del respaldo de mi silla, dudé en si ponérmela, cuando regresé la mirada hacia la mujer, ella empezó a caminar hasta mi escritorio a paso veloz en esas zapatillas de tacón de aguja, retrocedí al ver su intención de cruzar mi línea personal. —No puedo callarlo más, —sus manos intentaron tocarme, pero fui rápido, rodeé del otro lado del escritorio.

— ¡Señorita Taylor! ¡Deténgase, ahora! —exclamé, su rostro se había transformado en un depredador sexual, lista para brincar a su presa.

—Solo deme una oportunidad de demostrarle que lo amo, que puedo darle todo lo que busca en una mujer. Solo una oportunidad. —abrí mis ojos mucho más de lo que ya estaban.

—No me interesa darle una oportunidad a usted o a cualquier mujer. —ella empezó a moverse para acercarse a mí. — ¡Salga de mi oficina! ¡Ahora! —ella se negó a cumplir mi orden.

— ¡Deme la oportunidad de demostrarle que soy yo la mujer de su vida! —casi tropecé con la silla por esquivarla, ella corrió y se lanzó hacia a mí, su boca buscó de manera desesperada la mía, alcancé sus muñecas y de un movimiento quedé detrás de ella, con sus brazos cruzados hacia su espalda, ella se quejó. — ¡Solo un beso! ¡He trabajado para usted desde hace cinco años! ¡Sé qué le atraigo! ¡Deme una oportunidad! ¡No me importa si es gay! ¡Al besarme sabrá que le gustan las mujeres! —comenzó a llorar, noté que se había quebrado un tacón de su zapatilla en su búsqueda, no sabía si reír o llorar por la escena que estaba presenciando.

—Gracias por su oferta pero no estoy interesado, señorita Taylor. —tiré de ella con cuidado de no lastimarla, abrí la puerta como pude y salimos. Mi secretaria Miranda, casi palideció del escándalo frente a sus ojos. —Llame a seguridad y que la señorita Taylor recoja sus pertenencias. —la solté, ella se giró hacia a mí sobándose las muñecas con lágrimas en las mejillas.

— ¡Solo quería una oportunidad! —exclamó llorando con fuerza.

—Y ahora está despedida. —regresé al interior de mi oficina, escuché golpes en la puerta, lo cual ignoré, minutos después el ruido del otro lado de la puerta, terminó. — ¿Qué le pasa a las mujeres hoy? —Tocaron a la puerta y sabía que era Miranda, anuncié que podía entrar.

— ¿Ya se fue la señorita Taylor? —pregunté sin mirar a la puerta, al solo haber silencio, desvié mi mirada, me di cuenta que no era Miranda si no Máxima Adams, la gerente de personal y mi abogada privada.

—Ya me he enterado del drama de Taylor. —ella caminó hacia la silla vacía frente al escritorio y tomó lugar. — ¿Quieres que la demande por acoso? —negué. Máxima soltó un bufido. — ¿Seguro? —señaló las cámaras del interior de la oficina. —Tenemos suficiente material para hacerlo.

Me recargué en el respaldo de mi silla.

—No quiero habladurías en mi empresa.

—Si no pones una línea, ellas no pueden entender que pueden meterse en problemas legales. —una sonrisa apareció en sus labios, sabía que diría algo para burlarse de mí.  —Sé que luces como todo playboy inalcanzable, pero tienes que poner una línea. Ahora te has quedado sin una administradora.

—Contrata a otra persona. —contesté.

—Bien, y esta vez yo misma la voy a reclutar para cerciorarme que es adecuada para el puesto y que no te ocasione problemas a futuro.

— ¿Quieres decir que las que yo contrato no son adecuadas? —arqueé una ceja.

—Yo no he dicho nada, Johnson.

—Creo que has querido decirlo. —ella alzó sus manos en rendición.

—No pongas palabras en mi boca que no son.

—Veamos a quién contratas. —dije desafiante y ella lo notó.

—Contrataré a la mejor.

***

Cancelé el almuerzo y decidí mejor ir a uno de los restaurantes cerca de la oficina que frecuentaba. Me llevaron a la mesa privada lejos de la gente que solía pedir, luego ordené el mejor corte de carne con vegetales, en lo que llegaba mi pedido, sentí como vibró mi celular en el interior de mi americana, al sacarlo, me impresionó ver que mi madre finalmente dio señal de querer hablar con su hijo.

—Johnson. —contesté.

—Soy tu madre, —dijo de repente.

—Lo sé, tu nombre y foto apareció en la pantalla de mi celular.

—Pensé que me habías borrado de tu agenda o bloqueado.

Arrugué mi ceño.

—Sabes que no lo haría, aunque te mereces que te haga la ley del hielo, no llego a tanto.

—Lo sé, por eso eres mi hijo favorito.

Puse los ojos en blanco.

—Es lo mismo que le dices a Jacob. —soltó una risa del otro lado de la línea. — ¿Y a qué se debe tu llamada?

—Quiero proponerte algo. —alcé una ceja.

—Si se trata de…—me interrumpió.

—Solo una cita. Si después de esa cita, ves que de definitivamente no es lo tuyo el conocer a mujeres hermosas, entonces lo dejaré por la paz.

— ¿Dónde está la trampa? —pregunté arrugando mi ceño.

—No hay ninguna trampa.

—Solo una cita y ya termina la cacería, ¿Así sin más? —pensé que era una buena tregua para terminar con su obsesión de citas a ciegas.

—Sí. Solo date la oportunidad de conocer a alguien, tener una cena normal, una conversación trivial y al terminar, listo. Cada quién a su casa y yo no hablaré más de citas a ciegas con nadie...

—Insisto, ¿Dónde está la trampa, madre?

—No hay ninguna, Jackson.

—Bien, pero si hay una trampa, harás que me enfade contigo y con ello alejarme de ti, lo sabes ¿verdad?

—Lo sé, hijo.

— ¿Hija de quién?

—De mi nueva cardióloga, ella tiene una hija, es hermosa, muy educada y simpática, ella está en eso de conocer gente, y es una buena oportunidad de que se conozcan. ¿Qué dices? Yo pagaré la cena.

—No es necesario que lo hagas, yo puedo hacerlo.

—Entonces es un… ¿Sí? —la voz cargada de esperanza de mi madre me incomodó.

— ¿Solo es una simple cena? —pregunté ya rindiéndome.

—Sí.

—Bien. Acepto con tal de que termine tu obsesión con todo esto de citas a ciegas con las hijas de tus amigas.

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