3. ES TAN SEXY

***

si mi mandíbula no cayó al suelo, es gracias a que está atada a mi cabeza.

—¿Tú? —logro decir, con voz casi audible.

Erick me sonríe, coqueto.

—Es un gusto volver a verte, Raquel.

Frunzo mis labios en un línea recta, poco contenta.

—He de suponer que fuiste el imbécil que creyó que soy un objeto y que se atrevió a obligar a mi padre que me diera como garantía de pago.

—No creo eso —aclara—. Pero si fui yo.

Clavo las uñas en las palmas de mis manos, sintiéndome repentinamente molesta por su cinismo.

—¿Por qué haces esto? —pregunto—. ¿Qué ganas teniéndome aquí?

Él guarda sus manos dentro de los bolsillos de su pantalón y da varios pasos hacia mi, quedando más cerca. Y me da una sonrisa de medio lado.

—Mucho —se limitó a responder.

—Eso no responde por qué haces todo esto, idiota.

Erick soltó una pequeña y suave risa, provocando que hunda mis cejas sin comprender que es lo que le causa tanta gracia.

—¿Qué? —espeto.

—Te recomiendo uses un tono más… cordial al hablarme, preciosa —pide, sin borrar su estúpida sonrisa—. Y respecto a tu pregunta; hago esto porque quiero.

— Eres un...

— Hey —me corta—. También ten cuidado como me llamas —da otro paso hacia mí y como es más alto, me veo en la obligación de levantar la cabeza para verlo—. Mientras estés aquí no tienes de otra que acatar mis reglas, te guste o no. No querrás saber cuáles son las consecuencias de no hacerlo.

Ruedo los ojos, mirando en dirección contraria a su rostro.

— Mírame cuando te hablo —ordena, tomando mi mentón de manera brusca—. ¿Comprendes?

No le respondo.

— ¡Qué si comprendes, joder!

Doy un pequeño brinco por el repentino grito, y asiento.

— Sí.

— Perfecto — Sonríe apartándose de mí. — Lárgate, necesito trabajar.

Caminó hasta su escrito, lo rodeó y se sentó en su silla a observar unos cuantos papeles que hay regados sobre el escritorio de madera.

Intento que mis pies se muevan a la puerta, pero fracaso en el intento, me quedo observándolo hasta que su mirada se encuentra con la mía una vez más.

— ¿Eres sorda o qué? ¡Largo!

Su grito me sirvió para salir de allí.

Camino por el pasillo hasta volver a la sala analizando la situación en la que mi queridísimo padre me ha metido con este chico. 

— ¿Todo bien? —una mujer morena aparece en la sala, algo preocupada—. Escuché al joven Erick gritar desde aquí.

— Si... Creo que se enojó.

Confieso, sentándome en el sofá color marfil con forma de L de la sala. La señora suelta un suspiro, sentándose a mi lado.

—Erick no es mala persona —dice. Pero creo lo contrario—. Pero las circunstancias lo obligaron a cambiar. Ya no es el mismo y si desea que su estadía aquí sea agradable, no le lleve la contraria, por favor.

— ¿Por qué cambio? — pregunto, curiosa.

La mujer morena me ignora, levantándose del sofá.

— Sus maletas están en su nueva habitación, sígame.

Suspiro, levantándome y la sigo en silencio.

Subimos las escaleras hasta el segundo piso de la enorme casa y caminamos por el pasillo hasta detenernos en una puerta en particular.

— Está es su habitación —avisa, abriendo la puerta.

Entro a la habitación y debo admitir que es hermosa, también mucho más grande que mi antigua habitación.

Las paredes están pintadas de color beige, hay dos puertas más adentro; el baño y el armario. Hay un pequeño escritorio donde yacen varias cosas y sobre éste hay una repisa la cual tiene uno que otros libros, en un rincón hay un espejo de cuerpo completo, hay un televisor enorme frente a la cama que también es enorme y un ventanal con varias plantas sobre éste, entre otros pequeños detalles que hacen la habitación hermosa.

— Es hermosa — murmuro, observando detenidamente todo a mi alrededor.

— Si, cuando remodeló la casa el joven Erick se encargó de que cada habitación luciera espléndida. —cuenta—. Él es arquitecto.

Debo admitirlo, hizo un buen trabajo con eso.

— Sus maletas están allá —indica, señalándolas con su dedo—. Arregle sus cosas, si me necesita estaré en la cocina.

— Gracias.

Ella sale de la habitación cerrando la puerta detrás de ella.

Suspiro, y me encamino hasta el pie de la cama donde yacen las maletas a un lado. Las subo a la cama, y una por una voy sacando todas mis cosas para después ir a guardar cada cosa en su respectivo sitio.

Dos horas después.

Guardo la última prenda en el armario y dejó las maletas dentro del mismo también, es amplio así que caben.

Voy a la cama, y una vez sentado en la orilla de la misma me quito los zapatos los cuales están empezando a molestarme.

Entonces, abren la puerta de golpe sin si quiera detenerse a tocar.

— Necesito que en menos de una hora estés arreglada.

— Antes de entrar se toca —le recuerdo, molesta. — ¿Acaso no te enseñaron eso? 

— No jodas con eso, está es mi casa, por ende, puedo entrar sin tocar a dónde quiera.

Ruedo los ojos.

— ¿Para qué quieres que me cambie más o menos? —elevo una de mis cejas.

—Mis padres vendrán a cenar —contesta el ojiverde. — Y debes verte presentable.

— Entonces salte para que pueda hacerle.

— Media hora, ya sabes.

Mientras lo veo caminar de espaldas hacia mí hacia la puerta me muerdo el labio, debatiendo internamente si preguntarle aquello o guardar silencio.

Me decido cuando lo veo abrir la puerta, así que hablo antes de que pueda marcharse como se lo he pedido.

— Espera...

Él se detuvo y me miró por encima de su hombro esperando a que hablara otra vez.

— ¿Por qué pudiendo quitarle otra cosa a papá cómo garantía, me elegiste a mi? —pregunto con la esperanza que no sea grosero, y me responda sin un porque quise como hace un rato.

Lo escucho suspira, mirando al frente para después responderme;

—Hay algo en ti que nunca había visto en otra persona, algo… especial que te hace resaltar de cualquier otra cosa.

Al pronunciar la última palabra se marchó cerrando la puerta a sus espaldas, dejándome con un gran signo de interrogación plasmado en mi frente.

[...]

—¿Quien es ella, hijo? —pregunta la mujer que ha llegado al verme aparecer en la sala.

—Una amiga —se limita a responder Erick, y el que no diga más me da a entender que sus padres no saben nada de lo que ha negociado con mi padre— Se quedará aquí por una temporada —agrega.

Su madre asintió, y me dio una cálida sonrisa.

—Es un gusto conocerte, querida —me dice—. Soy Daysi.

— El gusto es mío —respondo amable—. Soy Raquel.

—Te me haces muy familiar —comentó su padre, el señor Enzo.

—Tal vez es porque conoce a mi padre.

—Lo conoce —afirma Erick—. Es Jorge Martínez, papá.

—Oh, ¿de verdad?

—Si.

—Vaya —comenta Enzo—. La última vez que te vi, estabas en pañales y ahora eres toda una mujer. Que rápido pasa el tiempo.

Asiento con la cabeza, sin saber que responderle y sonrió sin mostrar mis dientes.

— Señores —la mujer morena de esta mañana llama nuestra atención. — La cena está servida, puedes ir ya al comer.

Caminamos al comedor en cuanto ella nos avisó. 

El padre de Erick tomó asiento en la cabeza de la mesa mientras que su esposa se sentó a su lado, Erick frente a su madre y para mí desgraciada tuve que sentarme al lado del ojiverde.

Claudia acompañado de otra chica nos sirvió la cena, y después se retiraron dejándonos comer.

En transcurso de la cena, Erick se mantuvo hablando de negocios con su padre, su madre intervine en ocasiones mientras que yo como sin pronunciar ni una sola palabra.

De la nada siento una mano sobre mi pierna la cual sube hacia mi muslo por debajo del vestido azul con falda suelta que tengo puesto, ese simple tacto sirvió para tensar todas y cada una de mis extremidades poniéndome nerviosa.

Miro a mi derecha sin dudarlo, encontrarme con la mirada del chico sonriendo con auténtico descaro mientras su mano sigue sobre mi muslo.

Hundo mis cejas por aquello y alejo su mano dándole un manotazo disimulado, provocando que aquella sonrisa desapareciera de un dos por tres y tensó la mandíbula mirándome mal.

Es obvio que no le gusto que hiciera aquello.

— ¿Pasa algo, Erick? —pregunta su padre.

Sacude la cabeza.

— No.

Me dió una última mirada, intimidándome con sus ojos color esmeralda.

Volvimos a comer, ellos siguieron hablando, pero sólo bastó un par de minutos para sentir otra vez su mano sobre mi muslo, a causa de su tacto está vez mi piel se erizo.

Me levanto de forma inesperada, dejando caer la mano de Erick.

— Debo ir a mi habitación —informo—. No me siento bien, con permiso.

A pasos veloces salgo del comedor y subo hasta mí habitación, cierro la puerta con pestillo y respiro hondo.

Erick me acaba de tocar y es lo único en lo que puedo pensar en este momento.

Confieso que el sentir el calor que emitió su mano sobre mi piel no le resultó desagradable como debería ser, al contrario. 

Evoco el pensamiento ayer en la mañana cuando por estar ambos distraídos por boberías terminamos a centímetros uno del otro.

«Me sigue pareciendo un puto Dios Griego» Pienso yéndome a acostar a la cama, porque sí, aunque él es un completo imbécil debo admitir que es sumamente apuesto así como también es tan sexy.

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