Cillian
—Malditos hijos de perra —mascullo al colgar la llamada.
Intento respirar con calma, pero simplemente no puedo. Damon rompió las reglas y se las arregló para entrar a la habitación de Constanza.
Al ver las grabaciones, un ardor insoportable me recorre el cuerpo. Constanza se mueve sobre él, gimiendo su nombre como si orara al cielo.
—Disfruta de esa última vez, imbécil de m****a —mascullo, pegándole al escritorio.
Cierro la computadora de golpe y echo la cabeza hacia atrás. Me encantaría cancelar todas esas reuniones que tengo en puerta, pero es imposible. Solo espero que esas horas basten para enfriar la cabeza y planear cómo separarlos.
De mi cuenta corre que esos dos no vuelvan a tocarse jamás. Él no va a quedarse con lo que me pertenece.
—Que regresen a las habitaciones —le ordeno a Jack cuando llega—. Y quiero que releven los turnos desde hoy mismo.
—¿Está seguro, señor? —pregunta nervioso—. Esa vigilancia tan estricta los va a asfixiar.
—A mí no me importa si se asfixia