Cuando entramos en su apartamento, Alessandro se detuvo detrás de mí, me sujetó por la cintura con una mano y con la otra me apartó el pelo, hablándome mientras me besaba justo donde Levy me había besado.
—Nadie, absolutamente nadie más que yo volverá a tocarte, Catarina. Eres mía, solo mía. Puede que incluso estés molesta, dolida, enfadada, pero eres mía. Y hoy besaré cada centímetro de piel de ese delicioso cuerpecito tuyo para que lo recuerdes y para borrar cualquier maldita sensación que ese idiota de Levy te haya provocado.
—¿Y tú, Alessandro? ¿También eres solo mío? —pregunté irritada—. ¿O vas a seguir follándote a cualquier puta que aparezca cuando no estoy?
—Soy toda tuya, mi amor. No recuerdo nada de la noche de la fiesta de Mari. Pero no hablaremos de eso ahora, porque ahora voy a besarte, hacerte el amor y matar nuestro deseo mutuo. Y voy a grabar en cada célula de tu cuerpo que eres mía y que te amo.
Y eso fue exactamente lo que hizo: me giró para mirarlo y me besó apasion