“Alessandro”
¡Qué resaca! Odiaba la resaca, por eso no bebía a menudo, y mucho menos tanto como ayer con los chicos. ¡Rayos! Me va a estallar la cabeza.
Anoche, cada uno tenía su razón para beber hasta desmayarse. Así que nos juntamos y nos emborrachamos como universitarios en una residencia. Pero ahora quería morirme para no tener ese dolor de cabeza.
Patricio entró en mi oficina apoyado por Mari. Lo sentó a mi lado en el sofá y la camarera, la señora Margarida, entró detrás con una bandeja. Nos sonrió y no pudo contenerse:
—¡Menuda barbaridad, eh, jefes! Ya no tenéis dieciocho años —empezó a reírse de nuestro infierno—. Señora Mari, voy a traer las latas para que vomiten.
Mari se echó a reír. Patrício y yo nos miramos, reconociendo nuestra derrota.
—No la despediré, Sra. Margarida, porque usted nos está cuidando y Mari ya se va. —Dije, y vi a la Sra. Margarida sonriéndome desde la puerta.
—Ahora, abra las manos. Es hora de que se le pase la resaca. Son hombres de negocios. ¿Qué clas