Junqueira empujaba a Alessandro hacia la oficina y las lágrimas corrían por mi cara. Tan pronto como salieron de la habitación, el pomo de la puerta se movió levemente y entró Matías, haciéndonos una señal para que guardáramos silencio.
- Señora, perdóneme. – Matías habló suavemente. – No sé cómo entró, pero lo averiguaremos. Por favor, suban las escaleras en silencio, sin hacer ruido y cuiden a los niños. Mis hombres te protegerán. La policía ya está en camino.
- Alessandro, Matías. Él va a matar a Alessandro. – Estaba desesperada.
-Te prometo que no lo haré. Pero por favor, necesito que se mantengan a salvo. No volveré a fallar. – Matías me ayudó a levantarme.
-No fue tu culpa, Matías. –La niñera que estaba bajo la vigilancia de Junqueira cuando llegué a la habitación habló en voz baja. – Perdóname, Catarina, pero me puso la pistola en la cabeza cuando salía de casa y se escondió en el asiento trasero de mi auto. Perdóname, ¡debí dejar que me matara!
- ¡De ninguna manera! No tenías