Alessandro metió la mano debajo de mi cabello y suavemente sacó la tiara que llevaba, arrojándola hábilmente sobre uno de los sillones de la habitación. Él rompió nuestro beso y, como un león alrededor de su presa, caminó a mi alrededor con los ojos ardiendo de deseo. Se detuvo detrás de mí y comenzó a besarme los hombros. Desabotonó uno por uno los pocos botones de la falda de mi vestido de novia. Cuando estuvieron todas abiertas, colocó sus manos sobre mis hombros y, en un movimiento sutil y fluido, tiró de los extremos largos de la tela que, atados en un lazo, sujetaban mi vestido en su lugar. Mientras desataba el lazo de mi cuello, mi vestido cayó sobre mi cuerpo y se enredó a mis pies en una maraña de encaje y tul.
Me abrazó por la cintura, apretando mi cuerpo contra el suyo, haciéndome sentir su erección en mi espalda, y giró mi rostro para besar mi boca y sin interrumpir el beso, ni siquiera por un segundo, me levantó y me sacó de la maraña de vestido a mis pies, colocándome nu