Invisible

     El Zombi caminaba: diez pasos a la derecha y los mismos al contrario, a la luz del sol porque creía que la energía de esa estrella impulsaba su destreza mental. Sudaba, pero estaba feliz, a la expectativa, porque la letra de la servilleta la había reconocido un profesor que un día encontró una carta con la incomparable caligrafía que tenía escrito un relato que decía:

Una nueva soga.

Mi vida era una fosa donde el lodo me llegaba a la cintura. Si hubiera valorado por un momento que por lo menos tenía la libertad de moverme hacia la nada. En una rutinaria excursión hacia ningún lugar, desplazándome con dificultad decidí estirar mis brazos y encontré una soga, tiré de ella por tres horas y descubrí una roca que me ayudó a salir del lodo que ahora solo mis tobillos tocaba. Desde allí el

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