Aníbal estaba de pie frente a la cama de hospital, su padre Gonzalo no tenía posibilidades, a menos que encontraran un corazón para ser operado rápidamente, pero las oportunidades de tenerlo eran escasas ni todo el dinero del mundo ayudaría a encontrarlo ya que por su raro tipo de sangre no era posible.
Andrés al entrar se lo encontró cabizbajo. El teléfono de Aníbal sonó, sin embargo, solo observo la pantalla y se negó a contestar.
Andrés le advirtió. “Mariano ha estado buscándote”.
Aníbal resoplo. “Ya tiene lo que deseaba ahora que quiere?”.
Andrés hizo una mueca y le mencionó. “Eres el heredero de los Montecinos, así lo dejó estipulado tu abuelo y ahora eres dueño de todo lo que les pertenecía a los Alcántara”.
Aníbal frunció el ceño. “¿Qué intentas decirme?”.
“Solo te recuerdo que él no tiene el poder que tienes tú… Él siempre ha deseado más y más…”
Aníbal guardó silencio y volvió a ver a su padre, Andrés se acercó mirando al hombre postrado en la cama. “¿Qué decidiste?”.
“