CAPÍTULO 3. SALGAMOS DE AQUÍ

Horas más tarde.

Alexander se encontraba en el segundo nivel del bar del crucero, disfrutando de un trago en compañía de su mejor amigo. 

—Brindemos —gritó Luke para que lo pudiera escuchar, y alzó su copa—, por una noche inolvidable.

Alexander ladeó los labios, y con su mirada recorrió el lugar, observando bailar a los asistentes en el centro de la pista.

—Hoy es nuestro día de suerte —Luke se acercó a su amigo—. Vamos a bailar. —Señaló con su mirada a dos hermosas mujeres que no dejaban de mirarlos.

Alexander sonreía fingiendo que se divertía bailando con la atractiva mujer de lacios cabellos rojizos, pero la realidad era que le encontró cierto aire familiar con los rasgos físicos de Olivia, y se comenzó a sentir incómodo.

Dirigió su mirada hacia las luces robóticas y de pronto sus ojos se abrieron de par en par al observar la forma en la que contoneaba sus caderas con sensualidad,  la portadora de un deslumbrante vestido con lentejuelas color plateado, que estaba a unos cuantos metros de distancia de él.

«Midnight sky by Miley Cirus», continuaba escuchándose, Alexander no pudo evitar dejar de mirar a aquel ángel que lo incitaba con aquellos movimientos a acercarse para bailar con ella. Con discreción buscó con quien bailaba, sonrió al darse cuenta que lo hacía con un grupo de amigas, ladeó sus labios y decidió esperar el momento oportuno.

*

Madison se contoneaba con gran desenvoltura, luego de haber bebido algunas copas en compañía de las chicas que Hanna conoció horas antes en el restaurante. Brindaron con toda clase de bebidas, que  ella nunca en su vida había probado como: mojitos, margaritas, cosmopolitan, tequila, entre otras cosas, por lo que no le fue nada complicado tener mayor soltura al bailar.

Cuando finalizó aquella melodía, ella volvió a su mesa para ingerir con urgencia agua. En ese momento un joven ya entrado en copas se acercó a ella y la tomó de la mano.

—Hola preciosa, no he podido dejar de ver lo bien que te mueves. Ven vamos a bailar.  —La miró de abajo hacia arriba y sonrió.

—No quiero —Madison respondió, e intentó soltarse de su agarre, pero resultó todo lo contrario, el sujeto haló de su muñeca y la acercó a su cuerpo.

—Pero yo sí. Estás buenísima. —Miró hacia su escote y comenzó a moverse para llevarla hacia la pista—, baila para mí —solicitó con torpeza.

—No —respondió con firmeza.

— ¿Por qué no? —el ebrio chico cuestionó arrastrando la voz .

—Porque viene conmigo. —Alexander cuadró sus hombros, mirándolo con frialdad. Estiró su brazo esperando a que aquella desconocida mujer aceptara tomar su mano, para alejarse de ahí y evitar una pelea.

En ese instante aquel hombre giró para mirarlo.

Madison abrió los ojos de par en par y pasó saliva con dificultad al escuchar aquella gruesa voz. Recorrió con su mirada al sujeto detrás, distinguió la firmeza de su pectoral, en aquella camisa negra de cuello de granate que le quedaba a la medida, luciendo un par de botones desabrochados y las mangas dobladas arriba de sus codos.

Sin pensarlo nada, Madison colocó sus dedos sobre la palma de la mano de él, y sintió como la acercó de un tirón hacia su fornido cuerpo. 

Elevó su mentón y petrificó con su ensombrecida mirada al chico, entonces caminó hacia la pista haciendo que aquella desconocida fuera delante de él.

Con rapidez, Alexander la tomó de la cintura con una de sus manos y con la otra entrelazó sus dedos a los de ella y  al ritmo de: «Propuesta indecente by Romeo», comenzaron a dar pequeños pasos al ritmo de aquella bachata.

Sin decir una sola palabra ella se dejó guiar por aquel caballero que se movía muy bien, sus mejillas se sonrojaron cuando uno de sus pies la traicionó y estuvo a punto de caer; sin embargo, los firmes brazos de aquel hombre la sostuvieron con firmeza y la acercaron más hacia la calidez de su pecho. En ese momento su delicioso aroma a: cuero, menta fresca y cítricos,  hizo que la piel se le estremeciera, despertando en ella una extraña agitación que la recorrió por todo su cuerpo.

Alexander se perdió en la dulzura de aquellos ojos color chocolate que despertaban una especie de ternura en él. Cuando la chica ancló sus manos en su cuello, su cuerpo emitió una fuerte vibración, que lo hizo desestabilizarse, con lentitud se inclinó despacio y sus labios se fueron acercando a los de ella, encontrándose con rapidez con la humedad de la legua de ella.

Con cada cambio de melodía, ambos iban sintiendo como la temperatura de sus cuerpos iba aumentando, y la pareja se efervecía más y más, al grado que sus torsos subían y bajaban agitados.

—Salgamos de aquí —Alexander solicitó, sin quitarle la mirada de encima.

***

Ingresaron al camarote de él sin dejar de besarse, con uno de sus pies empujó la puerta y se cerró, entonces la guió hasta uno de los muros y la recargó, su mirada se centró en sus ojos buscando algún ápice de arrepentimiento.

Ladeó los labios y sonrió al darse cuenta que la joven no estaba dispuesta a dar marcha atrás a aquella aventura que ambos estaban dispuestos a vivir. 

Separó las piernas de la chica y elevó su vestido, y se acercó más a ella, para que pudiera sentirlo.

Madison jadeó al ante su dureza, correspondió de manera apasionada, a cada uno de los besos que le dio, sus mejillas estaban completamente sonrojadas ante el fuerte deseo que sentía.

Las manos de él llegaron a su espalda y con agilidad comenzaron a deslizar la cremallera de su vestidos, palpando al instante la suavidad de su piel.

— ¿Algo que tengas que decir antes de hacerlo? —cuestionó agitado.

Ella negó con su cabeza, entonces sus manos se dirigieron hacia sus glúteos.

— ¿Son naturales? —preguntó arrastrando la voz.

No puedo evitar carcajear.

—Cada centímetro de este magro cuerpo, lo es —respondió él y comenzó a retirar su vestido, en cuanto cayó al piso, sus labios se acercaron hacia la perfecta piel que salía de su sostén y deslizó su lengua.

—Por si deseas saberlo, también son naturales —murmuró y jadeó al percibir como uno de sus dedos rozaba la tela de su zona femenina. 

—Eres hermosa.

—Y tú muy apuesto —gruñó sintiendo como se humedecía ante aquella descarada caricia, haciendo que su sexo palpita clamando por ser invadido.

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