Samuel
La espera había sido larga y tensa, escondidos en las sombras, observando cada movimiento de Octavia y su acompañante. La atmósfera estaba cargada de una anticipación eléctrica mientras nos manteníamos al borde del territorio donde las Tierras Sagradas se encontraban con el dominio de los Cazadores Sagrados. Adriana, siempre la más impaciente, se movía inquieta a mi lado, sus ojos centelleantes reflejando la luz de la luna.
—¿Cuánto tiempo más? —susurraba ella ocasionalmente, su voz una mezcla de deseo y frustración. Yo, por mi parte, me mantenía concentrado, mis ojos nunca abandonando a Octavia, casi sin respirar, vi cómo se acercaba al muro. Era un espectáculo cautivador; la forma en que se movía con tal determinación, como si estuviera destinados a desbloquear los secretos de aquel lugar prohibido. En mi pecho, un sentimiento de ansiedad crecía.
La aparición del muro fue tan súbita como sorprendente, materializándose ante nuestros ojos para luego desintegrarse en un espectáculo de luz y sombra. Los fragmentos se dispersaron como estrellas fugaces, obligándonos a cubrir nuestros ojos con los brazos para protegernos de la lluvia de escombros brillantes. En ese instante, una corriente de inquietud recorrió mi ser, una advertencia intuitiva de que estábamos a punto de entrar en un juego mucho más peligroso de lo que habíamos anticipado.
Y entonces ella apareció.
La Diosa Luna se materializó frente a Octavia y su acompañante con una presencia que era al mismo tiempo etérea y abrumadora. Mis ojos se abrieron de par en par, incapaces de apartarse de la figura que desafiaba todas las leyendas y mitos que había escuchado.
El acompañante de Octavia, colapsó al suelo como si la mera presencia de la Diosa lo hubiera derribado. La escena ante mí se sentía irreal, como si estuviéramos atrapados en un sueño del que no podíamos despertar. Mi corazón latía con fuerza en mi pecho, un tamborileo constante que parecía resonar con la energía que emanaba de la Diosa.
En ese momento, una mezcla de temor y asombro se apoderó de mí. La revelación de que las leyendas eran ciertas, que la Diosa Luna realmente reinaba sobre estas tierras, era abrumadora. Todo lo que había creído, toda nuestra estrategia y planes, parecían insignificantes frente a la magnitud de lo que estábamos presenciando.
La escena ante mis ojos se desarrolló con una velocidad y brutalidad que dejó mi mente girando. Vi el instante preciso en que la vida de Octavia fue brutalmente arrebatada por el que ahora reconocía como un vampiro. La Diosa Luna, en lugar de mostrar cualquier atisbo de horror o tristeza por la pérdida de quien supuestamente era su heredera, pareció regocijarse en la tragedia. Luego, como figuras en una pesadilla, ellos desaparecieron entre el humo negro que se elevaba, serpenteando desde el bosque como una entidad viva y malévola.
El aire estaba pesado con un silencio espeso, roto solo por el murmullo inquieto de Adriana.
—Esto no está bien, —dijo con una voz que temblaba ligeramente. —¿No se supone que Octavia era su heredera? ¿Por qué matarla así? —Sus palabras resonaron en el vacío que había dejado la violenta escena, llenando el espacio con más preguntas que respuestas.
Mientras procesaba lo que acababa de presenciar, una sensación de inminente peligro se arrastró por mi espina dorsal.
—Creo que deberíamos volver a casa, y pensar en otro plan, —dije, mi voz baja pero firme, dirigida a todos y a nadie a la vez. En mi mente, las certezas se habían disuelto, reemplazadas por una red de incertidumbres y temores. Lo que habíamos visto no era solo la muerte de una persona cualquiera, sino tal vez el presagio de un cambio drástico en el equilibrio de poderes.
Un mes desde aquel día fatídico había transformado nuestro mundo. Los territorios, una vez tan disputados, se habían vuelto irrelevantes ante la devastación causada por la Diosa Luna. Sus fuerzas, implacables, habían masacrado a los humanos y atacado a varias manadas de lobos. Había rumores de que Orión y sus Alfas estaban organizando una resistencia.
Nuestro territorio no había escapado a la destrucción. A duras penas, habíamos logrado escapar y encontrar un lugar donde escondernos. Ahora, nos encontrábamos en un punto crítico, debatiendo sobre qué bando elegir en este conflicto. A pesar de nuestra historia, la gravedad de la situación nos hacía contemplar la posibilidad de unirnos a Orión, aunque era dudoso que él aceptara nuestra alianza.
—Tenemos que pensarlo bien, —decía Adriana con una voz que reflejaba una mezcla de cautela y decisión. —Orión y los suyos no nos van a aceptar, así que solo nos queda intentar hablar con la Diosa Luna.
Ría asintió en acuerdo, su voz firme y segura.
—Estoy de acuerdo con ella, Alfa. No vamos a traicionar nuestros ideales. Si ella nos permite entrar a su territorio, podemos trabajar para ella.
Las palabras de ambas eran racionales, pero la idea de subordinarme a alguien me revolvía el estómago.
—No quiero ser subordinado de nadie, —dije, mis palabras saliendo como un gruñido bajo. Mi orgullo y mi naturaleza independiente luchaban contra la realidad de nuestra situación.
Ría, sin embargo, no se dejó disuadir.
—No lo serás, —aseguró con una confianza que casi parecía contagiosa. —Muéstrale de lo que estás hecho. Ella valorará que seamos enemigos de Orión. Además, puedes darle información valiosa.
Sus palabras me hicieron pensar. La idea de utilizar nuestra enemistad con Orión como moneda de cambio era astuta. Y, aunque me repugnaba la idea de servir a otro, la realidad era que estábamos en una situación desesperada. La Diosa Luna había demostrado ser una fuerza formidable, y aliarnos con ella podría significar la diferencia entre la supervivencia y la extinción.
—¿Y cómo haremos para llegar a ella? —pregunté, más para mí mismo que para los demás. La idea de acercarnos a una entidad tan poderosa y volátil era aterradora. —Nos matará antes de que nos acerquemos siquiera.
Ría, con una audacia que siempre había caracterizado su espíritu, se ofreció voluntaria.
—Yo puedo ir, —dijo con una determinación que me tomó por sorpresa. —Ella aún no ha podido entrar en el Bosque de los Lamentos, podría ofrecerle mi ayuda.
La idea de que Ría fuera sola a tratar con la Diosa Luna me llenó de una inquietud que no pude ocultar.
—No irás sola, —le dije, mi voz baja pero firme. La idea de exponer a mi mejor arma en estos momentos era inaceptable, aunque tenía razón, ella nos necesitaba.
La reacción de Adriana fue un reflejo de la tensión y el miedo que todos sentíamos. Su comentario, "pues, suerte con eso", entregado con un tono seco y desapegado, revelaba su renuencia a involucrarse en un plan tan arriesgado.
—Tú también irás, —le gruñí, empleando el tono autoritario de una orden Alfa para detenerla en su camino hacia la puerta.
La reacción de Adriana fue inmediata y vehemente.
—¡Mierda, Samuel! ¡si quieren que los maten, yo no! —gritó, su voz resonando con un miedo y frustración que probablemente todos sentíamos, pero no queríamos admitir.
—Nadie morirá, —dije con más confianza de la que sentía realmente. —Ría tiene razón, ella nos necesita, a todos. —Mi voz era firme, intentando infundir algo de mi determinación en los demás.
La salida de nuestro escondite fue tensa, cada uno de nosotros consciente del peligro que nos esperaba. El trayecto hacia el límite de nuestro territorio y el de las Tierras Sagradas fue sorprendentemente rápido, como si el destino mismo nos empujara hacia un encuentro inevitable.
Al llegar, nos encontramos con una figura inesperada: un hombre rubio, cuya presencia era tan inquietante como el paisaje que nos rodeaba. Al verlo, una ola de reconocimiento y aversión me inundó.
—Tú... Tú mataste a Octavia, —dije, manteniendo mi voz lo más neutral posible a pesar de la turbulencia de emociones que me asaltaba.
—Lucien, para servirle, —respondió con un tono cargado de sarcasmo, su actitud desafiante y arrogante.
—Estamos aquí para... —comencé, intentando explicar nuestra misión.
Pero Lucien nos interrumpió, su gruñido cortante reflejando impaciencia o tal vez desdén.
—Ya sé para qué están aquí, la Diosa me pidió que los escoltara, —dijo. Luego, sin esperar una respuesta, se giró y comenzó a avanzar hacia la espesa niebla negra que había envuelto el área desde la caída del muro.
Con un suspiro resignado, seguimos a Lucien, adentrándonos en la niebla que parecía consumir todo a su paso.
El palacio ante nosotros era tan imponente como siniestro, sus muros negros se elevaban hacia el cielo como una acusación oscura contra el mundo. La niebla, que parecía emanar directamente de sus cimientos, le daba un aire aún más inquietante, como si el edificio en sí mismo fuera un ser vivo y malévolo.
Lucien, con su habitual actitud despectiva, nos guio hasta la entrada.
—Ella los espera en la sala del trono, —dijo, su voz era un gruñido bajo que apenas disimulaba su desdén. Con un gesto de su mano, nos señaló hacia una puerta entreabierta, su mirada fría y calculadora observándonos como si evaluara cada movimiento que hacíamos.
Cruzamos la puerta con cautela, cada uno de nosotros en alerta máxima. La sorpresa de ver a Octavia viva me paralizó. Su presencia era lo último que esperaba en este lugar oscuro y retorcido.
—Tú deberías estar muerta, —logré susurrar, mi voz apenas audible, revelando la conmoción que me embargaba.
Su respuesta fue tan desafiante como siempre, marcada por su espíritu indomable.
—¿Acaso no me ves bien, imbécil? —replicó Octavia, pero sus palabras provocaron la rápida reacción de un guardia que estaba a su lado, golpeándola con una frialdad.
—La mascota de mi comandante no debería hablar, —dijo con desdén la Diosa Luna, refiriéndose a Octavia. Luego, su mirada se fijó en nosotros, evaluándonos con un interés que me puso la piel de gallina. —Ahora dime, pequeño cachorro, ¿qué hacen un lobito, una vampira y una bruja aquí?
Su tono era condescendiente, lleno de una superioridad y un poder que me hizo sentir insignificante. A pesar de mi naturaleza orgullosa y dominante, en ese momento me di cuenta de que estábamos jugando en un campo que nos superaba en magnitud y peligro.
Respirando hondo para calmar mis nervios, me preparé para hablar con la Diosa Luna, consciente de que las palabras que eligiera en ese momento podrían sellar nuestro destino.
OctaviaEl tiempo había perdido su significado en esta habitación que sospechaba era de Lucien. Las horas se diluían en días, y los días se fundían en una continuidad indefinida y sombría.Cada aliento que tomaba era un recordatorio de mi soledad, un eco de la ausencia que me dolía en lo más profundo del alma.La pérdida de Darcy era una herida abierta en mi ser. Ella no era solo mi loba, era parte de mí, un fragmento esencial de mi existencia. En esos momentos de soledad, me aferraba a los recuerdos de tiempos mejores, a los momentos en que Darcy y yo éramos una, fuertes y unidas. Pero incluso esos recuerdos se estaban desvaneciendo, dejándome a la deriva en un mar de desesperación y desolación.En este confinamiento, en esta habitación que se había convertido en mi prisión, la noción del tiempo había perdido todo significado. Lo único que importaba, lo único que persistía, era la agonía de la pérdida y la insoportable soledad que me consumía día tras día.Lucien venía poco, pero ca
LucienArrastré a Octavia de vuelta a mi habitación, mis dedos apretados alrededor de su brazo con una fuerza que no pretendía disimular. La resistencia que ella ofrecía era mínima, como si su espíritu hubiera sido erosionado por el constante maltrato y la desesperación.Mi habitación, un lugar que había sido testigo de innumerables actos de crueldad, se había convertido en un santuario personal de tortura y dominación. Las paredes, desnudas y frías, estaban impregnadas de los ecos de su sufrimiento. Cada vez que entraba aquí con ella, un oscuro placer me invadía, disfrutando de su dolor y sometiéndola a mi voluntad.Aunque me deleitaba en la tortura y el abuso, una parte de mí no podía evitar sentir una especie de fascinación retorcida por Octavia. Su resistencia, aunque cada vez más débil, era una llama que, por alguna razón, no podía extinguir del todo. La forma en que su cuerpo se estremecía bajo mi toque, la mezcla de miedo y desafío en sus ojos; todo en ella despertaba en mí una
Orión Sentado en la sala que ahora servía como comedor comunal, me encontraba sumido en pensamientos profundos, tratando de planificar nuestro próximo movimiento. El espacio, iluminado tenuemente por unas cuantas luces parpadeantes, estaba lleno del murmullo de las conversaciones y el sonido de los utensilios contra los platos. A pesar de estar rodeado de mi manada, un sentimiento de soledad e inquietud me envolvía, como una densa niebla que no lograba disipar. Una de las lobas del grupo, que ayudaba en la cocina, se acercó a mí con paso vacilante. Su expresión era tensa, una mezcla de preocupación y respeto. —Alfa, nos estamos quedando sin alimentos para todos, —murmuró en voz baja, casi como si temiera perturbar el frágil equilibrio que manteníamos. Sus palabras me sacaron de mis reflexiones, recordándome una de las muchas realidades crudas que enfrentábamos en nuestro refugio subterráneo. —Bien, haremos una salida especial para traer recursos, —le respondí, tratando de manten
OctaviaEncerrada en la oscuridad de mi celda, había perdido la noción del tiempo. El concepto de día y noche se había desvanecido, dejándome en un eterno crepúsculo. Me traían comida dos veces cada cierto tiempo, pero los intervalos eran irregulares, añadiendo a mi sensación de desorientación.No quería comer, pero una parte de mí se aferraba a la vida, una chispa de resistencia que se negaba a extinguirse a pesar de mi desesperación.La comida en sí misma era insípida, a veces estaba fría y otras veces apenas comestible. La tragaba sin saborearla, y siempre terminaba por vomitarla.No quería vivir más esta pesadilla. Cada día era un ciclo interminable de soledad y desesperanza, un laberinto de dolor y pérdida del que no veía salida. La ausencia de Darcy era un vacío constante, un agujero negro en mi corazón que nada podía llenar.Me recostaba en el suelo frío de la celda, abrazando mis rodillas y cerrando los ojos, intentando escapar de mi realidad a través del sueño o la imaginació
OriónLa voz de Lucas, tensa y urgente, llegó a mis oídos en el momento exacto en que cerramos la puerta del búnker detrás de nosotros.—Código rojo en el búnker del sur, —anunció, sus palabras cargadas de una gravedad que inmediatamente me puso en alerta.—¿Qué está pasando? —grité, mi voz elevándose sobre el murmullo de la manada que se agitaba con la alarma de Lucas. Podía sentir la tensión en el aire, una mezcla de miedo y urgencia que me empujaba a la acción.Fue Sam quien respondió, su voz tensa pero controlada.—Unos Elegidos de la Diosa interceptaron a unos lobos que habían ido a buscar comida, —informó. Su semblante reflejaba la seriedad de la situación, y supe que teníamos que actuar rápido.Rápidamente entregamos las mochilas llenas de suministros a unos miembros de la manada que pasaban por allí, dándoles instrucciones de llevarlas a la cocina y a la sala médica. Sin perder un segundo, me dirigí a la pared cerca de la puerta y tomé algunas armas. La necesidad de acción inm
OctaviaCuando la comida llegó una vez más a mi celda, extendí la mano para tomar la bandeja, notando cómo mi cuerpo había cambiado durante mi cautiverio.Mis dedos se sentían más delgados, frágiles casi, y mi piel parecía más pálida bajo la tenue luz que se filtraba en la celda. Mis dedos recorrieron mi piel, notando cómo la falta de una nutrición adecuada había dejado mi cuerpo notablemente más delgado.Las costillas eran ahora más evidentes bajo la piel, y mis brazos y piernas se sentían frágiles, como si la fuerza que una vez poseían se hubiera esfumado. Cada hueso parecía más prominente, cada curva menos definida.Luego, mis dedos se deslizaron hasta la marca de Orión en mi cuello. Con un suspiro, recordé el momento en que esa marca fue hecha, un símbolo de un vínculo que creí eterno.A pesar de los esfuerzos de Lucien por borrarla, la cicatriz parecía intacta. Era como si, a pesar de todo, la conexión con Orión se negara a ser eliminada.Al tocar la marca, una oleada de emocione
OriónLa pérdida de Robert era una sombra que pesaba sobre mi corazón, una carga de culpa y remordimiento que me acompañaba en cada paso que daba. Sabía, en lo más profundo de mí, que su muerte había sido mi culpa. Mi necesidad de sentir algo, cualquier cosa, que sacudiera el frío y la apatía que se habían asentado en mi interior desde la pérdida de Octavia, me había llevado a arriesgarme imprudentemente. Había buscado la adrenalina, un atisbo de emociones, sin medir completamente las consecuencias de mis acciones.Y eso había costado la vida de Robert. Después de asegurarme de que todos en el búnker del Sur estaban a salvo, tomé la dolorosa decisión de regresar con el cuerpo de Robert. Lo llevaba sobre mi hombro, un peso físico y emocional que me recordaba constantemente mi responsabilidad en su muerte.En el camino de regreso, Jake y otros lobos se unieron a mí, ayudándome a llevar el cuerpo de Robert. Cerca de nuestro búnker, encontramos un lugar para enterrarlo. Aunque no podíamos
HeiderEse día, me encontraba en la sala de comunicación cuando Lucas logró establecer el primer contacto con otro de los Alfas. La tensión que había impregnado el aire durante días se disipó por un momento, reemplazada por un rayo de felicidad y alivio palpable. Era como si una carga colectiva se hubiera levantado de los hombros de todos en la sala.—Beta Lucas soy Alfa Zane, —resonó una voz fuerte y clara a través del altavoz. La voz de Alfa Zane, llena de autoridad y experiencia, captó inmediatamente nuestra atención.—Alfa Zane, ¿cómo están las cosas por ahí? —preguntó Lucas, su voz reflejando la preocupación que todos sentíamos.La respuesta de Zane no tardó en llegar, aunque no era lo que esperábamos oír.—Hemos perdido a varios, tenemos tres búnkeres con nuestra gente, hemos podido hablar con otros Alfas y la situación es similar. —Su tono era sombrío, y cada palabra parecía pesar en la sala.—Mierda... —murmuró Lucas, un eco de lo que todos sentíamos en ese momento. La graveda