Desperté por el fuerte olor a alcohol en mis fosas nasales. Traté de incorporarme, pero el dolor de cabeza y un par de manos evitaron que pudiera enderezar mi postura.
—Eres bien dramático, florecita. Se supone que el doctor venía a revisar a mi cuñis, pero, en lugar de eso, tuvo que atenderte a ti.
Quedé recto al recordar el motivo de mi desmayo. Varias emociones se expandieron por todo mi ser. Desde el miedo hasta una alegría inigualable. Pero al no ver a Amelia por ningún lado, la tristeza y la desilusión me invadió en un momento para el otro.
—¿Dónde está Amelia? — pregunté apurado.
—Se fue. Dijo que eres muy débil y sensible para criar a su hijo. También dijo que era mejor buscarle un papá tan cool y encantador como su tío...
—Yo no dije nada de eso, no le creas — escuché su voz a mi espalda, y suspiré aliviado.
—Imbécil.
—Amas a este imbécil.
—Largo de mi oficina.
—Eres un insensible, por eso Amelia te va a dejar vistiendo santos.
—Vete a trabajar, Colin — caminé hasta donde Ame