Alcánzame (2/2)

Las posiciones habían cambiado. Ahora el chico de la casa elegante y acomodada era yo. Ahora no era yo quien estaba a su merced. El que dominaba ciertamente también era yo, porque cinco años después, los roles se habían invertido.

Se quitó la ropa interior y entonces su desnudez estuvo expuesta: un cuerpo delgado, no más atlético ni escultural, un rastro de vellos finos de su ombligo a la entrepierna, las costillas marcadas, la cadera afilada, el cabello enmarañado pegado a su piel húmeda y pálida, y él, tan indefenso y vulnerable, temblando de frío y sonrojado hasta las orejas... Tal imagen no hizo más que provocarme una erección.

Me llevé la mano al pantalón y me acomodé el miembro con descaro.

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