14 | Cuando el sexo no es solo sexo

Tras tomarse el último vodka de arándanos se montó en su auto y ―gracias a todos los santos― llegó al Tropicana. Quince minutos de intensa agonía que casi acaban con su cordura, había dos Anas dentro de ella, una que le repetía que no debía hacer aquello, que era una dama y tenía que comportarse como tal; la otra era una perra herida que se repetía que iba a hacer todas las cochinadas que nunca le propuso a Ernest y siempre quiso hacer.

Dentro de toda mujer existía esa zorra descarada, algunas lograban acallarla y amordazarlas, otras alcanzaban a seducirla con pequeñas dosis de libertad, mientras que las más inteligentes conseguían una fusión con su ser interior, haciéndolas dueñas de su sexualidad plena. Ana se consideraba de las segundas, siempre pensó que tenía una ―más que saludable― vida sexual con su esposo, por eso no le pesaba el

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