❝♡ Leah ♡ ❞
—Lo lamento, pero a pesar de todo sigo casada —susurré alejándolo con delicadeza; no necesitaba más problemas de los que ya tenía—. No soy tu esposa ni necesito tener un amante ni algo por el estilo antes de cumplir el divorcio. Adiós. Fue un placer, pero no lo fue a la vez. Adiós, Edward.
Lo alejé con algo de brusquedad y salí prácticamente corriendo hasta el ascensor. Mientras me encontraba en este, noté cómo mi labial se encontraba corrido por el encuentro que acababa de tener; aun con el corazón a mil, me encargué de limpiarme el labial y volver a colocarlo. Cuando llegué al estacionamiento ya me encontraba lista; mi corazón y mi cabeza habían vuelto a la normalidad y estaba dispuesta a acabar con todo esto de una buena vez. Entré al Audi azul marino que mi padre me había regalado cuando cumplí la mayoría de edad y conduje pensando en todo lo que diría en la reunión, trazando mentalmente cómo los dejaría callados y me marcharía de una vez, dejándolos a ellos con sus problemas, los cuales ya no volverían a pertenecerme.
Cuando llegué fui directamente a la sala de juntas, saludando a quien se me atravesara. Tenía todos los ánimos de acabar con esto de una vez, pero lo que menos esperaba era entrar y encontrarme con todos reunidos: mi padre, mi hermano, Samuel, su padre y los abogados. Yo tenía todo planeado, pero ¿ellos? ¿Estaban listos para ponerme bajo su poder de nuevo? ¿Intentarían recuperar este matrimonio? No sería la primera vez que lo hacían, pero esperaba que esta no fuera la ocasión.
—Buenos días, disculpen la demora —mascullé, comenzando a sentirme incómoda.
—Oh, hermosa Leah, vamos, entra y toma asiento —me sonrió con amabilidad la señora Russo, la madre de Samuel, mientras me invitaba a acomodarme junto a Samuel.
Lo miré sintiéndome aún más incómoda y le sonreí un poco antes de tomar asiento junto a mi esposo; por debajo de la mesa apreté el pantalón con ganas de que la tierra me tragara. Ahora sí que estaba metida en la boca del lobo.
—¿Estás feliz de lo que ocasionas? —me susurró Samuel mientras acomodaba uno de mis mechones castaños—. Vamos, pagaría por ver esos preciosos ojos verdes tuyos llorar mientras suplicas a tu padre que te permita irte de Italia.
Se alejó de mi oído y sentí la furia subir: por mí, por él, por mi padre y por el hecho de existir solo como un objeto para todos los presentes.
—Señor Russo, ¿le gustaría comenzar? —La voz de mi padre hizo que levantara la mirada; definitivamente no saldría de aquí como pensaba.
—Así es —sonrió poniéndose en pie frente a nosotros. Samuel era bastante parecido a su padre en el aspecto físico: alto, con el cabello negro y los ojos color miel, un rostro serio y frío en todo momento y una voz gruesa y autoritaria; a mi parecer, tenía muy poco de su madre—. Primero que todo, están locos si piensan que los dejaremos divorciarse; esa no es una opción para nosotros ni para ustedes —en ese momento la sonrisa de Samuel se esfumó, y también la idea que yo tenía, aunque a la vez me sentí satisfecha de que él no estuviera feliz—. Menos ahora que sabemos que los dos esperan un hijo que puede ser el futuro de estos negocios. En primer lugar, olvidaremos por completo la infidelidad de Samuel, ya que sé que no volverá a pasar, entonces…
—Yo no he sido el único infiel —soltó Samuel, lo que me sorprendió y me hizo girar a mirarlo. ¿De qué carajos estaba hablando? Creía saberlo todo y quizá ese era el peor error.
Sacó su móvil y les mostró a todos un vídeo que jamás creí ver: era yo esa mañana, con Edward. De ahí tanta su necesidad; todo esto estaba planeado por Samuel. Todo esto me provocaba náuseas y sensación de haber caído en el peor calabozo que pudiera pisar. Esto era el fin de aquella vida que alguna vez pensé tener —una vida en la que sería libre de esto, donde mi hijo o hija crecería en un entorno en el que no sería lastimado ni utilizado—. Pero eso no pasaría; Samuel se había encargado de que no pasara.
—Bien, entonces olvidaremos las infidelidades; no volverá a pasar y me encargaré de que eso ocurra —volvió a hablar el señor Russo mientras se acomodaba la corbata—. Ambos serán enviados a una de mis casas, muy lejos de aquí. Estarán en uno de los tantos viñedos que tiene la familia Russo, lejos de tentaciones durante el resto del embarazo. Se van a comportar como marido y mujer, cuidarán de ese embarazo y de ese bebé, y serán responsables por una puta vez en su vida.
Lucía enojado; todos estábamos enfadados, pero no podía decir exactamente quién lo estaba más.
—Se irán hoy mismo. Ya está todo preparado. No recogerán pertenencias ni se despedirán de nadie, menos tú, Samuel; ya nos encargamos de tu amante. Susana no se veía muy feliz cuando la encontramos y descubrimos que se había practicado un aborto, así que supongo que tú no sabías de sus planes. Espero que pienses bien con qué mujer te estabas metiendo y que te des cuenta de tus errores.
—Es mentira —soltó Samuel mientras tomaba su móvil y comenzaba a marcar de forma frenética, lo que hizo que el señor Russo perdiera el control.
—¡Basta! —le gritó su padre, arrebatándole el móvil. Samuel cerró los ojos por instinto y me encogí al escuchar el fuerte estruendo.
Al abrir los ojos, el móvil de Samuel yacía en el suelo destrozado; la cara del señor Russo y del joven Russo hacía que la ansiedad de querer salir corriendo me carcomiera. Mi padre se dio cuenta, así que me sujetó y me ayudó a salir, guiándome al auto que nos llevaría al aeropuerto.
—Lo lamento, hija, pero hay cosas más importantes que… —comenzó mi padre.
—No, no lo lamentas. Solo te importa la empresa y lo que ganas utilizándome, utilizando a mi hermano y utilizando al bebé que llevo en el vientre. Así que no finjas que lo lamentas y déjame en paz de una buena vez. Adiós.
Cerré la puerta enojada y posé una de mis manos en mi vientre, que apenas se notaba. Noté cómo el chófer me observaba por el retrovisor, pero no le presté atención y solo miré por la ventana. Suspiré, esperando que mi “amado esposo” llegara y que este infierno no fuera tan malo como había sido hasta ahora.