Mundo ficciónIniciar sesión❝♡ Leah ♡❞
Al observar las rejas negras con la inicial “R” de los Russo, el estómago se me revolvió. Estábamos aquí. Ya no habría escapatoria a lo que se vendría de ahora en adelante. El auto que nos llevaba desde la entrada —en donde había un bonito letrero redondo de bienvenida sobre el césped perfectamente cuidado— hasta la mansión Russo, la cual conocía desde pequeña, era conducido por el mismo hombre que nos había llevado anteriormente hasta el aeropuerto. Desde ese momento, suponía que sería nuestro chofer durante los meses que restaban de mi embarazo. Observé en completo silencio la gran mansión frente a mí en el instante en que el auto se detuvo. Todo permanecía igual: la amplia piscina, aquella misma a la que alguna vez le tuve miedo cuando era muy pequeña y casi me ahogo; las sillas junto a la fogata, muy cerca de la entrada principal; el jardín cubierto de flores que parecían recién regadas. La casa, con sus cincuenta habitaciones y cincuenta y tres baños, seguía siendo gigantesca, tan imponente como en mis recuerdos. Contaba con todo lo necesario tanto para el personal que habitaba allí —encargado de los cultivos del viñedo— como para cuando veníamos de vacaciones una vez al año. Aunque, desde nuestra boda, eso se había acabado. Muchas cosas se habían acabado en realidad. Ahora todo era más claro… y esa claridad dolía. Me hacía estar triste. —Adelante, señorita. —Observé al conductor, que amablemente abría la puerta, y le sonreí con gratitud ante su gesto caballeroso. Faltaban hombres así últimamente. —Muchas gracias —respondí en voz baja, tomando la mano que me ofrecía para bajar con cuidado, procurando no tropezar ni hacer el ridículo. El aire fresco del campo me envolvió apenas mis pies tocaron el suelo. Sonreí con calma al ver el precioso recubrimiento de piedra de la mansión, tan pulido que reflejaba los rayos del sol. Suspire profundamente, sintiendo la libertad de estar lejos de la ciudad. Era justo lo que necesitaba; lo que el bebé que llevaba en mi vientre y yo necesitábamos: paz. Un respiro en medio del caos. Que todo dejara de ser tan problemático, al menos por un tiempo, hasta que llegara el momento de dar a luz. —Muy bien, señorita —dijo el chofer con voz firme pero amable—, los guiaré a sus respectivas habitaciones. Compartirán habitación; fue una de las peticiones de sus padres. También deberán realizar una actividad juntos cada día, la cual será dirigida por una instructora que se encargará de clases de yoga en pareja, especialmente por su embarazo. Además, el doctor hará las consultas aquí mismo. Tienen todo lo necesario, con el objetivo de que no salgan del viñedo durante los meses acordados con el señor Russo. Dentro de dos meses está programada una gran fiesta en el lugar, un baby shower, donde tal vez se descubra el sexo de su bebé. Habrá otros eventos que se irán agendando a partir de ahora. Luego de que dé a luz, el señor Russo y el señor Fiore vendrán a ver si todo está más calmado por aquí. Una leve mueca se formó en mis labios. Su voz sonaba como si me estuviera leyendo un itinerario, y de hecho, eso era. Me sentí ahogada entre tanta formalidad, entre tanto plan impuesto. Otra vez me estaban obligando a hacer algo que no deseaba. Y yo, como una tonta, seguía el juego solo para darle satisfacción a mi padre. No presté demasiada atención a Samuel, pero cuando sentí que me sujetó por la muñeca, deteniendo mi paso, me sorprendí por completo. Lo miré en silencio, esperando que dijera lo que tenía atravesado en la garganta. —¿Te lo follarás? —preguntó de repente, mirándome con una mezcla de rabia y celos que me heló la sangre. Lo miré atónita, sin comprender a quién se refería. —¿Te follarás a Dante? —insistió con el ceño fruncido—. No creí que te gustaran los choferes. Y entonces entendí. Entendí perfectamente. No sabía si el término “celoso” era el correcto, pero desde que lo conocía —desde casi toda nuestra vida—, sabía lo posesivo que era con aquello que creía suyo. Él pensaba que yo le pertenecía. Y eso era lo más equivocado que podía llegar a pensar. Samuel era un idiota. Uno que debía soportar quién sabe cuánto tiempo más. —No debería importarte —respondí con voz fría, apretando los dientes—. Después de todo, me dejaste muy claro tus sentimientos hacia mí, los cuales son nulos. Así que si quiero acostarme con él, lo haré. No te metas en mi vida. Aparte, no me importa lo que pienses, así como a ti no te importó cuando te acostaste con ella. —Eres mi esposa aún —dijo, sujetándome por la cintura y obligándome a mirarlo—. Y lo seguirás siendo por bastante tiempo, al parecer. Así que me importa, y mucho. No quiero que otro hombre toque lo que es mío. Lo miré con furia… y con cierta gracia amarga. ¿En serio se creía el rey del mundo? Intenté alejarlo, pero cuando se acercó de forma imprudente, creyendo que iba a besarme, lo escupí en la cara. Un gruñido bajo salió de su garganta mientras se limpiaba con el dorso de la mano. En ese segundo de distracción, aproveché para zafarme y salir corriendo. Entré al salón sin mirar atrás, guiándome por las empleadas que indicaban cuál sería nuestra habitación: la principal, en el segundo piso, con un gran balcón que ofrecía una vista espectacular de los viñedos y la piscina. Subí las escaleras casi corriendo, el corazón desbocado, intentando ocultarme de Samuel, sabiendo lo furioso que estaría después de lo que acababa de hacer. Cerré la puerta desde adentro y me quedé quieta, observando en silencio la escena frente a mí: pétalos de rosas dispuestos en la cama en forma de corazón, algunos regalos esparcidos por la habitación —lencería fina, aceites aromáticos y otros productos pensados para “reavivar la pasión”— y, sobre la almohada, una nota. La leí en silencio. Decía que, al menos, deberíamos encontrar consuelo y una forma de arreglo entre los dos en esa cama. Menudos idiotas si creían que con eso lograrían algo. Como si esos detalles pudieran hacerme olvidar todo: el daño mutuo, las mentiras, los malos tratos, su infidelidad… Nada de eso desaparecería con pétalos ni perfumes. Todo lo que habíamos construido se había derrumbado poco a poco, y ni siquiera yo estaba segura de poder volver a amar, de la misma forma, a un hombre que me traicionó de tal manera.






